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Parece irreal poder dar una vuelta por la ciudad sin encontrarnos procesiones o pasquines autonómicos. Incluso las radios generalistas han dejado de poner en bucle ... lo que sucedió en la cabaña del Turmo, al menos hasta el renacer de abril del próximo año. Habrá influido en esto último el reciente obituario del papa Francisco, mas hemos llegado a este jueves vagando entre sobras, restos de días con raíz trascendente, lluvias incesantes y conciertos reivindicativos de tiempos mejores –esto, dependiendo de a quién pregunte–. Lo cierto es que no estamos en el 90, nadie llama 'chata' a nadie (so pena de exponerse a miradas inquisitivas), se avecina un cónclave como el de la película, Villalar tiene poca enjundia simbólica y el café está templado. Mal asunto.
Si quieren empezamos por el final, por aquello de haber sucedido ayer. Nuestra fiesta autonómica tiene retazos de batiburrillo en el que nadie parece contento de estar allí al cien por cien. Unos por sentirse abandonados, otros por no creerse invitados, algunos por dejadez, varios por prejuicios y terceros (o cuartos) por abjurar de algo que jamás sintieron como suyo. El caso es que, con razón o no, el día de marras deambula entre una verbena con mítines semimprovisados, declaraciones institucionales para cumplir el expediente y miradas de medio lado entre los que creen que la celebración es de su propiedad, los que se ven obligados a pasar por ahí y preferirían ni acercarse y los que echan un vistazo al peso de estas tierras en el panorama nacional y observan que pintamos lo mismo que Teruel Existe en las decisiones gubernamentales de 2019. Pocos se acordarán de una foto que fue portada de esta cabecera hace décadas. En ella, Tomás Rodríguez Bolaños se enfrentaba a pecho descubierto a los simpatizantes abertzales de Herri Batasuna, invitados al acto villalarino por algún grupúsculo nacionalista castellano. Al lado, el representante popular (perdonen por no recordar el nombre) intentaba sujetar al alcalde para evitar males mayores. Unión y principios pese a las diferencias. Qué lejos queda todo aquello.
De la pasada Semana Santa queda un sentimiento de trabajo a medias, de sí pero no. Llevamos una estación que valdría como prueba de cargo para encerrar a la gente de AEMET por decir que sería un principio de año más seco de lo normal. Pero en los días santos llueve, eso es así. Con abundancia, en esta ocasión. Sin embargo, Gregorio Fernández o Juan de Juni pensaron en el museo vivo que estaban creando y no en que sus obras estuvieran construidas con material impermeable. Es lo que hay y con estos bueyes hemos de arar. Además, es un tiempo que reúne en la ciudad una pléyade congregada con motivo de fe, cultural o histórico. Elijan su opción. No obstante, les juro que, en estas vacaciones y estas calles, he coincidido con Cristina Almeida y una familia italiana de noble linaje. El interés y el impacto existen y el abismo ideológico se deja en la cuneta cuando no toca enarbolarlo.
Del recurrente 20 de abril poco se puede contar que no tenga que ver con la melancolía. No sé si quedan muchos o pocos de los de antes. Ni siquiera si piensan lo mismo de idénticos temas que nos afectan. Sé que Cifu canta que «los que hay, han cambiado». En estas últimas fechas he terminado la versión episódica de 'El Gatopardo', y viene al pelo para explicar esta época de sinrazón, dobleces, desarraigo, polarización y sospechas. Pero también para los momentos de zozobra que afrontará el catolicismo cuando apenas ha tenido tiempo de festejar la Pascua. Escribía Giuseppe Tomasi di Lampedusa que «si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie». Pues de eso se trata: de aunar esfuerzos y voluntades para mantener este modo de vida, imperfecto pero prudentemente satisfactorio. Espero que mis palabras, como en la canción, desordenen las conciencias de los que lo tienen en la mano.
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