Game Over

He hecho una pausa para que se desahoguen con toda suerte de improperios. Si ya han soltado lastre y quieren seguir leyendo, les explico dónde está la clave de este juego que se traen entre manos cuatro tahúres y un truhán con siete cartas en la manga. El problema, créanme, no está en el «quién» ni en el «por qué», sino en el «qué»: QUÉ diablos acaban de hacer. Párense a pensar unos y otros. Los de la esfera de marras están quejándose de que un Consejo de Ministros que está a un pasito de tener más gente implicada en una mangada importante que los de la Gürtel, ha vendido el Estado de derecho por un sillón tapizado de clavos y una mansión con vistas a la avenida Puerta de Hierro. Los del puñito y la canción confederal (más que internacional) aún no son conscientes de ello, pero están a unos meses (diez, veinte, treinta a lo sumo) de poder conocer una sensación muy similar. Porque lo que se ha hecho este marzo es condenar a las instituciones al descrédito, a la minucia, a la vulgaridad. A partir de ahora, cualquier gobierno de cualquier postura y gesto usará el precedente para pactar con quién le plazca y a costa de lo que sea. Cualquier línea roja ha quedado reducida a la nada porque, si una vez estemos en el poder podemos perdonar/conmutar/anular el más indecente delito o trato sin el menor escrúpulo ni tope jurídico, si podemos cambiar las reglas del partido en el descanso, ¿qué nos queda? Si puedo cambiar la ley a gusto del consumidor (o infractor), no hay ley, ni igualdad, ni ya saben ustedes qué en vinagre.

No se rían, pero como el Partido Defensor de Juan Camus tenga dos escaños y exija que le den como ganador del primer Operación Triunfo, verán ustedes a Rosa de España entregar el trofeo porque el gobierno de turno así lo habrá decidido. Y será legal. Como haga (les juro que lo haré algún día) el Partido Independiente para el Reconocimiento de una Puñetera Vez de la Grandeza de Castilla y Menos Lobos Caperucita (puede que le dé una vuelta al nombre) y saque tres diputados, reclamaré que el Pucela debe jugar la Champions todos los años por tradición y por tener la camiseta más bonita, y me lo concederán, ya se lo digo yo.

Siguen riéndose y pensando que el artículo va de chufla, pero para chacota la que tienen nuestros dirigentes respecto a muchos millones de españolitos. Recuerden que los barros de hoy son los lodos de mañana. Dejense de amenacitas cobardicas por Twitter, de comentarios a media voz en las comidas familiares para que su cuñada, la que protesta siempre, se vaya un poquito escocida. Nos están robando el único poder que teníamos: creer en la jurisprudencia, en una igualdad generalizada, en vivir en un país estupendo. Se lo han llevado y no tengo demasiada confianza en que vuelva. A partir de ahora los topicazos van a ser dogmas: los andaluces, vagos; los catalanes, peseteros; los vallisoletanos, secos… Y, sí: los gobernantes, unos sinvergüenzas. Final del juego, amigos. Nos han quitado la máquina y las monedas de cinco duros.