

Secciones
Servicios
Destacamos
Yo, de esto de comer en compañía, disfruto, pero no estoy nada concentrado. Julio ha acudido tres veces a nuestra mesa a tomarnos nota y ... no sé qué pedirle. El pobre, dilecto y discreto como es, ha tirado de Carmelo Rodero para abrir las hostilidades y darnos tiempo. José me mira como lo hacen los del tribunal a los opositores, inquisitorial, sabiendo que mastico algo sin haber empezado aún a comer. Las chicas ojean la carta. Dicen por ahí que no hay que escribir enfadado, que te pierdes, que desencajas las ideas y te apresuras. Mucho mondongo, poco tino. Pero tengo un cabreo descomunal y no sé cómo exorcizarlo sin cargarme la velada compartida.
Me transporto unas horas atrás. En la oficina de Correos de Puente Colgante suele haber tanto jaleo como en Zara en rebajas. El caso es que, dadas las malas nuevas, pasé por allí a hacer el caminito que la mayoría de españolitos recorrerán de aquí a julio. El 123, me tocó. E iban por el 112.
Que dame el sobre para el voto por correo, decía un señor aferrado a su pantalón de pana en este junio malparido. Que qué pongo aquí, hijo, continuó. Y que si no tendrás otro para mi señora. Dos números después, una chica de veintipocos preguntó si ya podía ejercer su derecho. Y los funcionarios, solícitos y pacientes, contestaban por nonagésimo cuarta vez desde el aciago lunes que no, que el voto les llegará a casa del 3 al 16 de julio.
Regreso al presente y acuerdo con el señor de barba que me acompaña una morcilla, alcachofas con foie y pinchos de segundo. Manjares de la tierra. Sara dice que, por ella, bien, siempre que añadamos patatas al cabrales. María se lanza al bacalao y zanjamos el tema. Y mi cabeza se muda de nuevo al follón que volvemos a tener encima. Y todo por el bien de la democracia, nos han dicho. Hombre, es lícito que hagan las cosas a su manera y en su beneficio, no neguemos la mayor. Pero, por Tutatis, no me vendan la moto como si fuera un concierto para violín de Paganini y que aparezca en el escenario Bad Bunny. Si vienes a cenar a casa y te saco pescado congelado, aunque lo haga fetén con una receta de Arguiñano, lo menos que mereces es que no te engatuse diciendo que lo he comprado esta mañana en La Alondra y que lo han traído directo de la barca junto a otras doce lubinas salvajes. Que eso se llama engañar.
«Entonces, ¿me echas una mano?», suplicaba el 117. Y los abnegados empleados acudiendo al rescate; los que reciben las quejas de los retrasos, los costes y la mala leche por este capricho de colocar una fecha importante en medio de otras igual de significativas o más. Sí, capricho. Antojito, como la tómbola. Porque defendemos unos ideales, pero, si nos conviene y hacerlo contribuye a nuestra causa, nos pasamos la salud mental, la semana de cuatro días y las bajas por ese sitio de donde Nadal se saca los calzones, ¿verdad?
Vuelvo a la bodega, damos cuenta de los entrantes y nos disponemos a asaltar el plato principal. Me han sacado lo que me tiene despistado y se convierte en el tema principal de la tertulia. Coincidimos en que este regalo envenenado es un morir matando, pero envuelto en un estupendo papel. José y yo, que tenemos más retranca y mente sucia, convenimos en que el presidente se ha hecho un Florentino Pérez en toda regla, como cuando este ficha un crack al día siguiente de que su eterno rival gane la Liga y le arrebata los focos. Para tenerle en tan poca estima, el modus operandi lo ha clavado.
Retornan mis pensamientos a Correos cuando sólo faltaban dos números para mi turno. El ambiente se tensaba según avanzaban la mañana y las protestas por el trámite. Para hacer más pupa, en los monitores presentes apareció el hombre del traje azul. Y ya la cosa se puso igual de caliente que el amigo soltero del novio en una despedida en Cádiz. Comentarios jalonados de apelativos (por los que las madres de antes te lavarían la boca con lejía) volaban y rebotaban en las paredes. Incluso uno, que no se parecía a Robert Redford ni en el número de uñas pero se identificó como uno de los hombres del presidente, decía que no hay derecho. Miraba la tele en la que salía Pedro y se le ponían los ojos vidriosos, como a Pacino cuando decía aquello de: «sé que has sido tú. Me destrozaste el corazón». Y en esas, cantaron mi numerito, rellené la solicitud y me llevé el resguardo.
Resoplo. Por aquello del final feliz, le apuntamos a Julio que el ágape debe acabar con un canutillo y su crema reglamentaria. Nos responde que si lo atacamos con un chupito y asentimos. Y brindamos por poder compartir la alegría de una sobremesa, aunque sea recordando que pretenden darnos gato por liebre con esta fiesta de la democracia. Que, como en la canción de Lesley Gore, el guateque es suyo aunque lo paguemos nosotros y no vayamos. Y que el regalo –ay, amigo–... El regalo siempre se lo llevan ellos.
¡Julio, la cuenta!
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.