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Carlos Espeso

Elegancia a la castellana

Cuando acaben de leer, son perfectamente libres de envolver con mi parte del periódico el bocata del día siguiente o utilizarlo para que no les pisen lo fregado

Alfonso Niño

Valladolid

Lunes, 19 de febrero 2024, 00:13

Leí el otro día a Andrés Rodríguez, editor y director de Forbes en España, un artículo en el que expresaba lo que, para él, era ser elegante. Este ejercicio de sinceridad seguro que habrá sido censurado o criticado con saña por aquellos que, enfundados en ... la camiseta del respeto, exigen que todo sea válido menos lo que ellos determinan que es nocivo, tóxico e indecente. Es probable que esos censores de nuevo cuño lo hayan tachado de esnob, elitista o rancio. Y no es para tanto. Sujeten un poco su ira redentora porque una opinión no es más que eso, un pensamiento ejercido en libertad. Si va acompañado de una ortografía adecuada y cierta gracia, tiene mi bendición.

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De tal modo, y como el texto en cuestión tenía su miga, pensé en qué pasaría si aquí, en las provincias, expusiéramos nuestro propio elenco de cualidades de una persona elegante. Y, como no podemos generalizar y lo que uno conoce es lo propio, les dejo un listado completito. Cuando acaben de leer, son perfectamente libres de envolver con mi parte del periódico el bocata del día siguiente o utilizarlo para que no les pisen lo fregado. Ahí va.

Ser elegante es llegar siempre, siempre a tiempo a cualquier cita. Prestar mucha atención a Chet Baker y nada al autotune. Es no acabar las frases con «¿me entiendes?» o «¿sabes lo que te quiero decir?». Es desayunar fuera por placer y hacerlo en casa si lo preparas para alguien. Es comprar flores y mirar con desdén a los que no lo comprenden. Es ir al teatro y no sacar el latoso teléfono, a conciertos, y cantar sin gritar, al ballet y no mirar la hora. Es ir a una exposición al mes. Es cenar con amigos, comer con amigos, tomar el vermut con amigos… Es decir, quedar sin excusas de baratillo. Es leer en casa con un café caliente. Es pasear sin auriculares por los sitios concurridos. Es sentarse con los que saben de Historia e ignorar a los que imponen su historia. Es querer arreglarse más como Cary Grant y menos como Harry Styles (digan lo que digan las revistas). Es defender que hay que escuchar semanalmente a los Beatles porque son los enviados de las musas. Es saber agarrar los cubiertos como Dios manda y no como un vikingo del medievo.

Sigamos: es escribir a mano, tirar el chicle cuando te encuentras con un conocido, venerar a Coppola, escuchar el pódcast de Todopoderosos, hacer la carbonara con huevo y corregir a los que usan nata, saber que se dice «motu proprio», hacer crucigramas, no hablar de política, dar los buenos días y no usar el claxon en los atascos.

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Es dormir en el Landa y almorzar en Cobo siendo de Valladolid, pasear por el Campo Grande y sonreir siendo de Burgos o hacer gala de saber que la primera universidad de España estuvo en Palencia. Es ir al pueblo y saludar a los paisanos, no quitarse la americana en las bodas bajo ningún concepto, haber visto 'Los Miserables' y tararear como un revolucionario francés, no vestirse como un quinceañero con cuarenta, no vestirse como un abuelo con cincuenta, llevar dinero en metálico, hablar con el móvil pegado a la oreja y no como si estuvieras dictando un ensayo sobre Kafka.

Es no llevar camisas de manga corta, veranear en el norte y tener un chubasquero amarillo, ver películas sin mirar Instagram ni una sola vez, no hablar con la boca llena, tener un plato para discos de vinilo y usarlo, saber planchar, haber dedicado un curso de tu juventud a ser profesional del mus, recomendar canciones que no estén de moda (y, si es posible, que no lo hayan estado nunca), amar a Anne Hathaway y Jennifer Connelly, reconocer que te la sopla Bob Dylan, usar reloj, tener calcetines alegres pero no cantarines, olvidar lo anterior para las corbatas, levantarse y poner la radio, no ir a restaurantes que suben la música mientras estás cenando, jugar a los mismos números que ponían tus padres en la Primitiva, saber que Rachel y Ross se estaban tomando un descanso, haber visto 'La gran familia', saberte diálogos de 'La venganza de Don Mendo', usar tirantes con traje, prescindir del bar durante las ceremonias religiosas aunque seas menos religioso que Paco Clavel, mirar el cielo las noches de verano, ir a dos sesiones consecutivas en el cine, saber que los pelos en las orejas son un crimen…

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Quizá cumplir esto sea una quimera digna de leerse el 'Ulises' de Joyce y entenderlo, pero ponerse al lío es el primer paso para ser una persona agradable y con cierto gusto. Si usted pertenece al club del que hablaba quinientas palabras más arriba, siga con su particular vida. Le respeto, pero no pretenda que le imite. Esa es la diferencia entre nosotros. Que yo jamás le diré que no tiene razón. Bueno, a no ser que estropee su discurso con una pésima ortografía y nula gracia. Eso sí que no tendría perdón.

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