Si les apetece, puedo jugar a ser adivino. Puedo ver, poderes que se le conceden a uno, lo que sucederá el próximo lunes. ¿Apostamos?Acompáñenme e imaginen: Valladolid (o Palencia, o Segovia, por ejemplo). Hace calor. Intenso, agobiante, extremo. Luis entra en el bar a ... primera hora de la mañana. Saluda con la mano a los habituales que aún no han pillado vacaciones. Será en agosto. Pide uno con leche, en vaso y sin azúcar. Sin hielos ni chorradas. Marta acaba de dejar libre el periódico porque vuelve a la oficina. Le sonríe y él contesta con una mueca. Sabe que han ganado los de ella, aunque estén a la espera de pactos. En breve empezará el mercadeo, el «quid pro quo, Clarise», el «dame la oficina de la esquina, la que tiene vistas al parque y la mesa grande».
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Llega el café y el primer sorbo es amargo, como el recuento de ayer por la noche, y caliente, como el amanecer sahariano que afrontan las tierras castellanas. Luis pasa las páginas sin fijarse más que en los titulares. Las generalidades van y vienen. Saluda a otro par que acaban de llegar y discuten sobre encuestas, medias verdades y cambios de opinión que ocuparon muchos tuits.
Rápidamente, pasa a la sección de deportes. Echa un vistazo general a los fichajes que se prometen y nunca llegarán. Curiosamente, le recuerda bastante al espectro político. Cierra el periódico sin olvidarse de leer el horóscopo. Al fin y al cabo, si Tezanos lanza unos dados al aire y escribe un informe, ¿por qué no fiarte del destino que te augura la Esperanza Gracia de turno? Paga, saluda, aguanta las chanzas de los de antes y vuelve a trabajar.
Si ha llegado leyendo hasta aquí, es probable que esté mascullando que es un análisis muy ligero, que unos estarán muy contentos y otros desesperados con el resultado. Qué quieren que les diga… Puede que tengan razón. Pero los españolitos de a pie, los que ponen el mercado en las marquesinas del Campillo, el Val o la plaza de España para que usted tenga fruta, los del despacho de abogados que tienen que lidiar con las vicisitudes del momento, aquella cirujana que tiene quirófano en el Río Hortega desde primera hora o los obreros que buscan la sombra mientras terminan las calles levantadas de la ciudad están a otros temas. A que la maquinaria siga funcionando, la rueda gire y todos podamos tomarnos un Carmelo Rodero en cualquier terraza con un pincho, sólo uno, por aquello de mantener la línea que sabemos que se va a curvar en cuanto pisemos la playa.
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Miren, yo también tengo mis posiciones y creo que nuestro bienestar podría estar más seguro en unas manos que en otras. Pero este país navega entre el cinismo, los favores, las envidias y el ruido. Mucho ruido. Demasiado. Y, además, la situación actual favorece las alianzas que impiden proyectos integrales. Hay que ceder ante socios que ninguno elegiría como pareja de mus. Así que lo que nos espera, en cualquiera de los casos, son sociedades a varias manos que comenzarán con zancadillas entre los «compañeros» de equipo y acabarán con culpas de otros y acuerdos obligados con los que no se estaba de acuerdo.
Al final, ustedes y yo queremos, seguramente, cosas simples. Vivir decentemente, de acuerdo con lo que nos esforcemos. Que nuestro dinero valga lo justo, o un pelín más, pero nunca menos. Que el día que nos jubilemos tengamos una pensión que nos hemos currado durante cuarenta años. Que no se gasten lo que pagamos en impuestos en caprichos o favores, exigencias parciales de cuatro mindundis que gritan mucho en redes sociales o en mariscadas a las que no estamos invitados. Que se cuiden nuestras ciudades y entornos de modo que sea fácil estar día a día en ellas. No sé, ¿es tan complicado?
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Yo, como Luis o Marta, el lunes tomaré café, leeré las noticias de actualidad, tendré una mueca de más o menos alegría según los resultados (¿se han dado cuenta de que no he nombrado ganadores en mi pronóstico?) y seguiré mi camino. Mi trabajo está hecho y comienza el de los elegidos. Los que hemos elegido.
Que tengan claro que es así y que no nos han convencido de nada que no tuviéramos decidido de antemano. Que a los mítines sólo van los fieles, los que tienen ganados sin abrir la boca, como yo cuando voy a Zorrilla. Así que ya saben lo que tendrán que hacer el día después: trabajar. Pónganse al lío, que tienen mucha faena. Los menos devotos, sea cual sea el credo de los vencedores, les marcaremos de cerca. Pero en un par de semanas o tres. Ahora, huyamos del ruido. Disfruten de estos días de vacaciones como lo harán los currelas de Correos de la calma chicha de sus oficinas.
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