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Seguramente seáis muy jóvenes y no tengáis ni idea de lo que era pasar un día esperando un Frigurón o un Colajet. O un Mikolápiz. Ahora disponéis de tantas variedades, sabores y gustos que tenéis un jaleo tremebundo a la hora de elegir. Y ese ... dilema, tampoco demasiado importante, os surge mientras veis a la selección ganar otra Eurocopa. No hace tanto se entonaba un sempiterno soniquete que decía (con razón) que en cuartos nos íbamos a casa. Y allí estábamos nosotros campeonato tras campeonato, en el teleclub o piscina de turno, pintados con los colores nacionales y sufriendo desencantos.
No lo recordáis porque no estabais, claro. Eran aquellos días en los que el amor verdadero se encontraba a los quince años y era lo más importante de la vida junto al bocadillo de chorizo de tu abuela. Curiosamente, esa pasión sin fin duraba hasta que tu padre cargaba el Seat 127 y te ibas de vuelta a Valladolid desde el lugar donde veraneabas. En cambio, los bocatas seguían cayendo fuera septiembre o febrero. Así que, con el tiempo, aprendías cuáles eran las cosas relevantes de verdad. Y es cierto. El día que Eloy Olaya falló el penalti en México 86 mirabas con ira el casco de tu Coca Cola retornable y renegabas porque creías que jamás de los jamases España iba a tener otro Buitre. Unos veranos más tarde, y con más sombra en el bigote, bramabas a un televisor por el codazo de un italiano a Luis Enrique. Su sangre era la tuya y abandonabas el bar de turno como Abascal el otro día la sede del partido: preocupado, ausente… Años después, Seaman detuvo la pena máxima al tío de Rafa Nadal, otro junio Zidane nos jubiló cuando le íbamos a dar para el poco pelo que le quedaba y, algo más adelante, un tal Al-Ghandour nos robó la cartera con un par de trucos que ríase usted de los de Jorge Blass.
Hubo julios que ni siquiera nos clasificamos. Suplíamos la tensión competitiva haciendo peñas de pueblo en las que elaboramos limonada mezclando los ingredientes con un palo que las exigencias sanitarias actuales calificarían de origen pandémico. También es cierto que en aquellos tiempos la gente cogía su vaso, bebía, echaba al bote y charlaba animadamente. Hoy alguna madre curiosa preguntaría si el limón es orgánico o si lo hemos lavado con suero para quitar cualquier residuo o pesticida. Ahora los chavales limpian el cuello del botellín porque quizá tenga cientos de microbios que te pueden hundir la existencia. Y chico, no será para tanto. Hundirte era ver que alemanes, italianos y argentinos se llevaban copa tras copa con artes de todo tipo mientras tú suspirabas por los fichajes que aparecían en Marca porque hacía quince días que la selección había vuelto a Barajas. En cambio, ahora, que se supone que nadie quiere pertenecer al club común, todo el mundo es de la Roja. Cuando más dislate y bulla hay, más gente grita desaforada como si llevase corriendo seis partidos por los campos teutones. Las generaciones que no tocan el periódico por si se manchan han visto a los capitanes hispanos levantar más trofeos en quince años que el resto en cincuenta. Y me alegro. Ya sólo falta que el Pucela deje de subir y bajar más que el ascensor del El Corte Inglés y se quede unos años quieto como un concejal sin oficio externo al ayuntamiento. Aunque seguro que, si pasa, surgirán voces que pretendan que aspiremos a cotas más altas, que son justo los momentos cuando, parafraseando a Luis Moya, la cagamos. Es mejor ir como España a esta fase final, con un delantero que no marca, un portero que no para y quince jugadores cuyas caras no distinguirías. Pero, ah, eso era antes de este domingo de gloria. Hoy todo el cotarro conoce a Vivian o Grimaldo. Yo hasta hace un mes no les había visto ni en cromos.
Vosotros sois muy jóvenes, pero eso pasa pronto. Así que festejad con júbilo este hito, porque no hay mayor orgullo que coincidir con el vecino pesado del cuarto que pone la radio a las siete de la mañana y la señora del perro coñazo del séptimo al gritar el gol del triunfo. Parecerá paja, pero durante un mes este grupo ha aunado fuerzas y generado abrazos entre seguidores merengues, azulgranas, colchoneros, maños, del Gran Poder, carbayones o blanquivioletas. Incluso leoneses, aunque mantengan que están a otras cosas. Festejad porque puede que, un día, volvamos a esos veranos en los que el único consuelo de cada fracaso era el helado que nos compraba nuestro padre para tragar las lágrimas.
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