Piscinas de Juan de Austria. Carlos Espeso
Mister Cipriano

Chapuzas y chapuzones

«Si ya no podemos ir a la piscina sin miedo a pisar algunos sectores, bañarnos a ciertas horas o encontrarnos individuos que hacen de su capa un sayo en el recinto municipal, las reglas no son iguales para todos»

Alfonso Niño

Valladolid

Jueves, 22 de agosto 2024, 07:41

Uno en esta vida aspira a pocas cosas: vivir tranquilo, disponer de cierta salud, tener una seguridad estándar en el devenir diario y que el Pucela gane de vez en cuando. Lo penúltimo no está en entredicho, ni mucho menos. Pero tan falso es pecar ... de alarmista como obviar ciertas dificultades de convivencia que te pueden explotar en la jeta sin previo aviso.

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Según aparece en todos los medios, entre las últimas hazañas de las personas incívicas que pretenden campar a sus anchas, por según qué lugares, está la de un grupete que ha decidido que la piscina de Juan de Austria es su coto particular y que se pasan las reglas y el respeto por el forro de sus caprichos. Tanto es así, que a un par que les señalaron eso tan desgastado de vivir en comunidad acatando la normativa les abanicaron la cara sin miramientos. Después, también, se ha sabido que denuncias hay pocas porque a socorristas, encargados y gente de seguridad los tienen acoquinaditos con lindezas conciliadoras como que ojito con lo que cantan que a la salida les pueden esperar. Y no, miren. Esto ni es seguro, ni justo, ni moderado ni ya saben ustedes qué en vinagre. Si ya no podemos ir a la piscina sin miedo a pisar algunos sectores, bañarnos a ciertas horas o encontrarnos individuos que hacen de su capa un sayo en el recinto municipal, las reglas no son iguales para todos. Y no somos una Barcelona cualquiera en la que un politicucho con flequillo se escapa de las fuerzas de seguridad tras dar un discursito miserable a plena luz del día. Aquí se sabe quién, qué y cuándo. No me vengan con que es difícil, que cómo se gestiona, que se pondrán medios o que se está estudiando el asunto (que es lo que he leído a la concejala del ramo). Estoy de acuerdo en que el atropello tendrá sus aristas, pero existirán para los agresores, los maleducados y los de las bravatas, que, de principio, deberán quedarse sin chapuzón y refresco. Fuera. Si disponen de mucho tiempo libre y posibles para contratar un abogado que pretenda poner en cuestión la decisión, lo mínimo que provocaría institucionalmente es ir a una instancia de análisis jurídico. Y como en este país las cosas de palacio van en tortuga, se les pasa el verano sin pisar la instalación. A ver si para una reclamación administrativa tienes que esperar varios meses y esto se va a solucionar ipso facto. No, majetes. A purgar los calores en vuestra bañera.

No me vengan, que nos conocemos, con excusas de baratillo. Me dan igual el color, la edad, los estudios, la familia o si les gusta o no la cebolla en la tortilla. Si voy a un restaurante no me llevo un bocadillo, si entro en una tienda no descoloco las prendas, si voy a hacer un trámite y soy el sexto no exijo entrar el primero. Son normas de cortesía y entendimiento. Los que las pusieron y los que las revisan tienen en cuenta muchos más aspectos que aquellos que somos usuarios de a pie y solemos mirarnos primero el ombligo ante cualquier trance. Lo contrario es el caos, la ley del más fuerte. Y esta sociedad debe garantizar que eso no suceda jamás. De otro modo, esta alegre muchachada decidirá comer en el verde circundante por sus santas gónadas, hacer sus cositas higiénicas en una esquina de la pileta si les da un apretoncillo o vaya usted a saber la ocurrencia espontánea.

Las gamberradas infantiles no aplican en el caso, no insistan con su supuesta buena fe. No son bombas a destiempo salpicando al prójimo o poner la música más alta de lo debido. La mayoría hemos cometido esas fechorías de jóvenes y cuando el socorrista se acercaba se acababa el jaleo y volvía el orden. Aquí han caneado a una embarazada. Lo han leído con todas las letras. Y en grupo. Además de canallas y sinvergüenzas, cobardes y abusones.

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El verano se acabará en breve, pero, o empezamos a apartar los miramientos para beneficiar a los que obedecen la consideración a los derechos mutuos, o la mierda nos va a ir cayendo alrededor con mucha frecuencia. El que no acepta que su capacidad de maniobra acaba en la del semejante que está enfrente no es un incomprendido ni un desinformado: es un caradura. Uno que necesita, para ajustarse al camino común, que el castigo al hecho consumado bajo su criterio personal e incivil sea tan gordo que no le salga a cuenta jugársela. Pónganse el gorro, naden a crol, comanse un helado en los lugares habilitados para ello, liguen bronce… Disfruten. Pero, por favor, no sean gentuza.

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