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Camisetas. Macutos. Bastones. Sombreros. Y muchas sonrisas. Cuentan que va Vicente donde dice la gente, y a mí, que soy Alfonso, también me pasó. El grupo cercano propuso hacer el Camino de Santiago, la aventura ganó adeptos y en marzo se comenzó a gestar. La ... razón fue lo de menos. O, quién sabe, a lo mejor fue lo de más. El tema es que el motivo sólo incumbía a los que se disponían a hacer un número relevante de etapas hasta llegar al sello final de la Compostela. Y llegamos. Fe, esperanza, esfuerzo, superación… Hay grupos de supuestos intelectuales que dicen (por Twitter, mátame camión) que eso no mueve molino, que no es útil, que no hay que demostrar nada a nadie y que el esfuerzo y su cultura son un invento de los ricos para que les de más dividendos. Cuando esto se lo cuentan a una panda de quinceañeros con unos valores más o menos formados, el descojono reinante les hace escapar del lugar rapidito. Por eso tienen su nicho de fans entre aquellos que no han sostenido un lápiz más de lo necesario, so riesgo de contractura.
Volvamos a lo importante. Es lícito no entender la experiencia, incluso denostarla. «Dónde vais, pelele. Que el apóstol no está ahí y son supercherías de los de siempre». Qué afán con enterrar la ilusión de los demás. Los reyes del 'spoiler' con las películas. Los cenizos ante cualquier coyuntura. Los de «para qué ir si luego tengo que volver». 'Esquezofrénicos', los llaman los entendidos. «Es que…», como modo de vida y excusa eterna. Pues te reto. Te reto dos veces, como dicen en 'Pulp Fiction'. Hay algo. Y no te lo puedo explicar. No sé. Fíjate si soy ignorante, pero lo prefiero a ser inamovible, áspero, analítico y carente de sueños. Hay algo en ese trayecto que se va desprendiendo poco a poco y contamina (para bien) a aquellos que tienes cerca durante el recorrido. Te diría que, en cierta manera, es como la Navidad, que nos hace querer ser mejores aunque sea durante un par de semanas, pero vas a venirme con lo de la obligación, la feliz falsedad y te voy a dejar con la palabra en la boca y tu ánimo habitual para que lo mastiques y te envenenes solito.
En su día salí de Valladolid hacia Villafranca del Bierzo con los pies intactos, la ropa limpia y un ímpetu a prueba de bombas. Cuando llegué a Santiago no tenía una muda decente, hice el último tramo urbano en chanclas y me eché a llorar al entrar en la Plaza del Obradoiro como el público en el desenlace de 'Titanic'. Y no, al final del camino de baldosas amarillas no estaba el mago de Oz, pero sí, en cierto sentido, nos esperaba la ciudad esmeralda. A cada uno la suya. No la que desea, sino la que necesita. Un sentimiento particular, íntimo. En este concurso no hay jurado ni pódium. Sólo te debes explicaciones a ti mismo. Nivela a los participantes porque en la carretera y los albergues no hay diferencias sociales: todos somos peregrinos. Aún no he dicho una palabra de religión y, a pesar de ello, no se puede obviar. Hay momentos, como al subir a Cebreiro, en que la vida te pesa tanto que sientes ganas de arrodillarte y querer reiniciarte como ser humano. Y el Camino te lo da. Lo que precisas, no lo que egoístamente anhelas. Esto no es jugar a la Primitiva y rezar por un premio. El Gordo es volver a encontrarte con la persona que eras cuando no tenías dieciséis horas al día de obligaciones, presiones y prisas. Y si es a través de la fe, te vale. Y si resulta gracias a «un no sé qué de qué sé yo», también te sirve. Pero me darás la razón y dirás que, efectivamente, ahí hay algo.
Acabo, que alguno estará ya con ganas de agarrar el saco, la crema solar y empezar por Carrión, que el románico palentino contribuye a ponerse en el tono adecuado. Un mozalbete recio y seco, como según el populacho corresponde a un hijo del conde Ansúrez, se derrumbó al llegar a destino y ver a tanta gente que sentía esa alegría compartida. Lo que el Camino te va quitando, el Camino te lo da. Amaneceres y sombras. Mañanas abrasadoras y noches glaciales. Dolor y consuelo. Pérdida y encuentro. Vacío y plenitud. Si así les apetece, amigos, ya saben: buen Camino.
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