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Cabestros hay en todas partes, aunque unos se esfuercen más que otros por salir a la palestra y correr por las calles llevándose por delante talanqueras y lo que sea menester. Cabestro fue aquel del guantazo a Rajoy y cabestros los que, al amparo de ... aquel sesgado jarabe democrático, importunaron a Begoña Villacis estando embarazada. Cabestro fue el que le hizo la del chulito de bar a Óscar Puente en el tren y cabestro es el que el otro día le ha dado patadas al antiguo alcalde de Ponferrada con la excusa de pertenecer al partido que aprobará la (indecente) amnistía.
Nuestra sociedad, gracias a una generación superlativa de personas que pusieron las bases de lo que hoy poseemos a base de crear puntos de encuentro y ceder en las diferencias, es un espectáculo. Vive usted mejor que un cura con tres parroquias, que decían en mi pueblo. El inconveniente es que confiamos demasiado en el pensamiento crítico de las personas y, los antes mentados, azuzados o no por sus líderes de opinión, se toman la justicia por su mano obviando el estado de derecho y los cauces por los que debe dicurrir cualquier asunto ideológico. Estoy de acuerdo en que vivimos años de zozobra y de desconfianza respecto a las instituciones que deben poner coto a desmanes, pero si no creemos en la justicia, aunque nos la muestren enviciada por causa de intereses partidistas, ¿qué nos queda? ¿Corea del Norte? ¿Van ustedes a hacer como el árabe que se ha liado a latigazos con los jugadores de un equipo de fútbol por no lograr los resultados deseados? Que sí, que en mi trabajo también hay jetas, vividores a los que se les cae el boli a la hora aunque les queden dos palabras por escribir. Y también conozco algún jefe con ínfulas de poder que cree tener una plantación en Baton Rouge. Pero al noventa por ciento de la gente no se le ocurre lo que al andoba este que, enfundado en su bandera, le calzó dos coces a Olegario Ramón que ni Goicoechea a Maradona en el 83. La gente de a pie le llamaríamos loco, orate, pirao y pondríamos distancia entre víctima y agresor, aunque tuviéramos mucho en común con lo que piensa uno y concluyésemos que los compañeros del otro no dicen una verdad ni por obligación.
No me negarán que es de traca marinera que se olvide tan pronto de donde veníamos hace cincuenta años, la lacra terrorista que se sufrió durante décadas o a lo que han llevado los cantos populistas a gran parte de Hispanoamérica. Tenemos un país de escándalo (en el buen sentido) en el que las salvedades no pueden ser mayores que el estado del bienestar, los egos no pueden colapsar las buenas intenciones y disfrutamos cada cuatro años de la posibilidad de mandar a pelar patatas a los mandamases efímeros.
Si un lector de opinión de barra de bar, igual me da si es de brebaje de espinacas y regaliz o de carajillo matinal, se desayuna pegando manotazos en la encimera y jurando en arameo, háganle ver que las bravatas es importante soltarlas sin incomodar a la clientela. Además, sería interesante decirle que su, por lo visto, inmaculado y pulcro conocimiento de cualquier tema candente no le capacita para hablar ex catedra, más bien al contrario: la sabiduría es una virtud que habitualmente se pone de manifiesto para arreglar y no para emponzoñar, para aclarar y no para enrevesar el argumento como si fuera una peli de David Lynch. Sospecho que todo esto es muy complicado. Cuando los principales cabecillas se lanzan como si fuera la piedra de la proverbial honda de David eso de «la peor clase política de los últimos lustros» y ambos lo piensan del contrario, cuando contaminan las conciencias del electorado vertiendo gasolina en sus inflamables ánimos, concluyo que alguien, en breve, deberá atajar todo esto antes de que haya más cabestros que mansos por las calles. Es eso o que resucite don Estanislao Figueras, presidente de la I República, y agarre por las pecheras a tanto predicador abyecto de estos que cobran jugosas dietas por dinamitar puentes en vez de tenderlos repitiendo su famosa máxima: «señorías, les seré sincero. Estoy hasta los cojones de todos nosotros».
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