Iba a preguntarles qué tal va su semana, pero dado que han pagado el periódico y han decidido parar en esta página, les contaré cómo discurre la mía. Por ser rápido e ir al grano, Almodóvar podría haber hecho una continuación (mucho más mundana y ... menos frívola) de su famosa película de 1988 fijándose en este atribulado articulista durante estos días. Básicamente, un sinvivir, desazón, angustia y algunas cosas más que sería adecuado matizar. Comencemos por el lunes.
Publicidad
Este pasado 20 de mayo tenía planeada su descarga en la capital del Pisuerga la banda escocesa de rock Gun, un 'sí o sí' de manual para todos aquellos que seguimos haciendo bromas de Chiquito, conocimos a Farala cuando era la chica nueva de la oficina o teníamos unos Juegos Reunidos en casa. Que vinieran a tocar apenas a quinientos metros de casa auguraba una jornada irrepetible de música, una reunión de amigos memorable alrededor de canciones que se cantan con la garganta despellejada y nula afinación, un lunes muy viernes... Pues llega el día de autos y se torna casi de difuntos. Que se cancela porque el cantante se ha dejado la voz en Cartagena o donde narices hayan interpretado su repertorio el domingo. Muchachos, que llevamos esperando desde los noventa. Que nos habéis dejado sin ese pitidito de oídos tan majo de los conciertos, sin abrazos fraternos con los colegas y, lo que es peor, con un lunes vulgar, mondo y lirondo. Pasé de ese plan antológico a hacer la compra en un supermercado con Lola Índigo en el hilo musical. Llegué a la caja y se me cayó una lagrimilla furtiva mientras gastaba la protocolaria devolución de la entrada en yogures, pollo y detergente.
El martes desperté dispuesto a comerme el mundo, ese canalla que me devoró el día anterior. Miré por la ventana y vi que no tenía pinta de que hubiéramos declarado la guerra a Argentina ni de que Milei hubiera vuelto motosierra en mano. La ducha fue inmejorable y el desayuno suculento, teniendo en cuenta que mi dietista prohíbe las magdalenas y me exige dos tazas de ese agua sucia que los ingleses llaman té. Daba igual. Brasero había dicho que al final de la semana comenzaría ese veranillo castellano de «te voy a dar fresquete mañanero, pero luego vas a tener vitamina solar para ponerte como Matamoros», así que, olvidado el asunto nostálgico del día previo, todo prometía más que las fiestas de los de Villarriba de aquel anuncio de Fairy. Y cuando la tranquilidad había ocupado el martes, llego el miércoles a trabajar y un malnacido tiene la aciaga ocurrencia de dejar caer un vaticinio estremecedor: «¿os habéis dado cuenta de que el Real Valladolid puede subir este fin de semana?». De pronto, mi cara entendió el peligro y la fatalidad que se cernía sobre los siguientes días. Encima, el muy indeseable se recreó comentando que tenía el partido más sencillo y que estaba seguro de que todo iba a ir bien. Creo que volaron dos grapadoras y un archivador de compañeros que, como yo, entienden lo que es ser seguidor del Pucela. Lo fácil suele ser un drama y lo inevitable acaba no ocurriendo por vaya usted a saber qué razones. Pasé esa tarde respirando con una bolsa de papel y haciendo ejercicios de relajación que encontré por internet. Y ahí todavía no había asumido lo peor. Lo hice por la noche cuando vi que el partido, ese que aquel pazguato veía tan simple, no se celebraba hasta el domingo.
Así que aquí estoy: hipertenso, temeroso y dejando que todas las supersticiones posibles se apoderen de mi trayecto vital: llamo al ascensor y pienso que si cierro la puerta de casa antes de que llegue, el equipo ascenderá; camino por la calle emulando a Jack Nicholson cuando evitaba pisar los bordes de las baldosas en Mejor imposible, porque si logro el éxito mi Pucelilla del alma alcanzará el objetivo. Por eso he escrito una carta a Pezzolano en la que le digo que me encargo personalmente de que nadie en la grada le diga piropos de los habituales con tal de que ganen y vayan a Tenerife a comprar colonias y tomar piña colada. Compañero, amigo, Paulo querido: agita el avispero y no lo dejes para los últimos diez minutos, que tengo el corazón aplastado, dolido y abandonado. En serio, si vamos a jugarnos la vida en la última jornada yo me meto en el cine a ver la de Godzilla hasta que todo acabe. O llamo a Almodóvar y le digo que no soy Banderas pero que de estar atacado, como aquellas mujeres, entiendo un rato. ¿Recuerdan aquel programa? 'Vaya semanita', se llamaba. Pues eso.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.