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Mari Tere, Ana y Paulita pasean por la calle Regalado como los vecinos del Upper East Side cuando contemplan otra vez el Met, con cierta suficiencia e incluso desdén porque saben que, al día siguiente, todo volverá a estar ahí. La gente parece estar más ... alterada que de costumbre para ser sábado y Guille, el sobrino de la última, les ha dicho que se celebra una oferta en los comercios por la que los productos salen como gangas. Las amigas, que saben de esto a sus setenta y «vaya usted a saber cuántos» más que Aldama de intimidades gubernamentales, recelan del mensaje porque descubrieron hace tiempo que, en el casino de la vida, la banca siempre gana.
El café con leche y conversación les ha sabido a gloria, igual que lo harán unos pastelitos de El Bombón que han comprado al salir. Curiosamente, allí no había ningún saldo. No han dado aún con Duque de la Victoria cuando se topan de bruces con una librería chiquitita cuyo escaparate luce un cartel —bastante desmadejado— que reza 'Blaz Frailey'. Mari Tere, ajustándose el audífono, les dice que le suena de ser el autor de una saga literaria espeluznante. Paulita, que no se quita el diminutivo ni llevando veinte años jubilada, cree que se trata de un muñeco cabezón de los que están de moda. Y es Ana la que les cuenta que es el asunto de la bicoca de marras, que le ponen un nombre en inglés muy sugerente y, así, la concurrencia se anima a consumir. Mari Tere opina que, más que a chollo, la denominación suena a vino peleón de alguna región menos bendecida que la suya, pero entran por si encuentran algo que merezca la pena.
Enfrascadas en la búsqueda, Ana, que es muy de preguntar, inquiere al propietario por el letrero y este le explica que se traduce como Viernes Negro y que viene, como todo, de Estados Unidos. Continúa diciendo que es la inauguración de la temporada de compras navideñas y que empieza, justo, el día siguiente a Acción de Gracias. A Ana esto último le huele a Misa y reniega con la cabeza. Paulita, que andaba cerca, abomina igualmente por tanto abrazo al legado yanqui y tanta inquina al histórico propio. Mari Tere opina que para Viernes Negro el de Moncloa y el de Gutiérrez Alberca. O más aún: el del Pucela, que su hija Clara, devota del equipo por influencia abolenga, llegó el día anterior por la noche con la moral por los suelos y más afónica que un cantante trasnochado de los que hacen giras por Teruel.
El caso es que, siguiendo con su trayecto, las amigas compran el periódico en el kiosco de la calle Constitución. Se preguntan si en unos años la vía seguirá teniendo el mismo nombre al paso que van las cosas. Unos días antes habían comentado el tema en una cafetería, quizá demasiado alto. Se les aproximó un joven y, con maneras de macarra, les respondió que qué narices sabrían unas viejas como ellas. Paulita, que tiene más o menos las misma agallas que años y más experiencia en leyes que el chaval en onanismo, le hizo lo que los guiris llaman briefing y los nativos de esta tierra (cruel y descastada) breve resumen de todas las sinvergonzadas y cobardes embestidas que se han cometido en los últimos años contra el único dique de seriedad que poseemos los españolitos. El mozalbete se largó llamándola enana de mierda y Paulita contestó, muy digna, diciendo que era la más alta de las tres.
Ojean El Norte y ven que viene cargadito de eso que, parece, se escribe Black Friday. Por suerte, también cuenta que a Peláez, que para ellas es el muchacho barbudo que escribe bien, le han dado el Gistau. Lo plasma en su columna Luis Cañón, tildándole de Zidane. Ninguna de las tres amigas tiene ni idea de qué es y Ana sugiere que será otro invento de los americanos para comprar cosas. Como ellas pasan de modernidades, dan la vuelta para echar una ojeada en Armonía, que es una tienda de aquí de toda la vida y seguro que no tiene cosas raras. Al entrar, comprueban que, aunque sea sábado, pone lo del viernes de las narices por todos los sitios. Para barato, piensan, el precio tan pírrico al que nos hemos dejado vender.
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