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Si lee esto hoy, como es preceptivo, o el viernes, porque el día anterior ha tenido usted yoga, brisca, ganchillo, pádel o senderismo, está a ... tiempo. En caso contrario, se lo ha perdido.
No habrá sido como no ver aquel gol de chilena de Fonseca, el Billie Jean de Michael Jackson en Zorrilla o el estreno del Hello Dolly de Concha Velasco en el Calderón. Ni falta que hace. Porque tengo la sensación de que Hombres G no pretenden hacer más historia de la que llevan a cuestas. Su única intención es que el público lo pase bien. No son virtuosos, pero conocen los trucos del negocio. No están en lo alto de las listas, pero te sabes más de diez de sus canciones. De corrido. No están de moda (gracias a Dios), pero tres generaciones de la misma familia van a sus conciertos.
Llamemos a las cosas por su nombre: cuando yo era un jovenzuelo con más pelo, más músculos y mucho menos criterio, renegaba de los de Summers por una miríada de cosas que no vienen al caso. Decidieron desaparecer del espacio musical durante años y no lloré su pérdida. Cuando volvieron, había ganado experiencia, disgustos, fracasos y algún que otro logro. Como la mayoría, supongo. Y ahí, justo ahí, aprecié, como el que se reencuentra con una caja llena de polvo en el desván de la casa de sus padres, que tenía mucho más en común con esta banda de lo que mis complejos o chulería querrían reconocer.
Fuera egos: todos hemos cantado, normalmente con un nivel etílico superior a lo recomendable, Devuélveme a mi chica -que no se titula «Sufre, mamón»-. Todos nos hemos querido vengar de un pelele con jersey amarillo. Todos hemos agarrado por los hombros a los colegas diciendo que no nos vemos tan guapos tras mirarnos al espejo. Porque no lo somos y porque nos importa tres carajos.
Todos hemos notado el mal rollito con nuestra pareja escuchando la cancioncita de marras. Todos hemos llegado al bar sabiendo que si no estábamos pedo, lo íbamos a estar. Todos nos hemos imaginado lo que era un stronzo di merda sin tener que acudir a traductores. Lo gritabas, se lo escupías a Tassotti en la tele y punto. Muchos hemos abierto los libros viejos del colegio y, al ver escrito ese nombre en aquella página, hemos tragado saliva ahogando un suspiro. Y si usted no lo ha hecho… lástima.
¿Quieren más? ¿Aún no les ha quedado claro? Los chavales de sexto de Primaria de este 2023 saben que has sido tú la que les dio el mordisco. El ministerio de la verdad absoluta calificaría esto de violencia potencial infantil, pero el éxito cinematográfico de la cinta «Voy a pasármelo bien» (y las familias con la cabeza en su sitio) se ha encargado de colocar cada cosa en su sitio y destrozar el relato obtuso de los que pretenden ofenderse por todo. ¿Por dónde íbamos? Las adolescentes de hoy, con su Coca-Cola Zero Zero en la mano, berrean que han despilfarrado el gel, que pueden soltarse el pelo si así lo desean y que no hay que dar cuerda a los marcapasos. Díganme si esto no es un win-win en toda regla, gurús del marketing. Sin psicólogos ni campañas.
Hombres G forman parte del imaginario de un país, de un momento vital en el que disfrutar era necesario y posible. Los que estábamos cuando se creaba el hilo negro hemos visto a miles de chicas perseguir a estos cuatro señores que hoy peinan canas y lucen coronillas y algún michelín. Aquellas jóvenes son ahora madres que llevan a sus hijas a shows como el del sábado. Y los maridos, atrevidos, vamos con ellas sin fingir hacerlo a regañadientes. Porque nos apetece, porque nos gusta y nos divierte, si Coque Malla nos permite la licencia. Y ambos nos lo callamos, pero sabemos que el grupo siempre estará en los títulos de crédito de las películas vividas durante tantos años.
Termino, que no llego. No se trata de fardar de culto ni de exquisito. Hablamos de bailar, de reír, de besar a tu novia cuando te mira y cantáis a la vez, muchos junios después y con tanta verdad como cervezas encima, eso de «no hago otra cosa que pensar en ti». Afinen las gargantas. Y si buscan un empujón más, sólo tienen que mirar el par de palabras que titulan esta columna. Este sábado, al menos yo, voy a pasármelo…
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