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Mire usted, que diría aquel. Qué necesidad. Aquí no hay curas hablando de fidelidad sin límites ni amigos aludiendo a un juramento vacuo durante una ... cogorza milenaria. En la vida real los compromisos se ajustan a las necesidades. En el deporte, a los contratos. Y en la política, a ninguna de estas reglas y a todas al mismo tiempo.
Podemos decir que andamos los aficionados del Real Valladolid algo mohínos y mosqueados con la configuración de la plantilla para recuperar la categoría perdida (a pulso). Pero una cosa es hacerse abonado, seguidor, sufridor doliente y esperanzado, comprador anual de camisetas y demás parafernalia, y otra aquello de poner la cama. Viene esto a cuento de la diáspora de jugadores que hace menos de una temporada de El Hormiguero besaban el escudo de la blanquivioleta con fruición y empeño. E insisto en mi planteamiento inicial: ¿para qué? Si has nacido en Jamaica, Casablanca, Viena o Saldaña y no tienes ningún apego por el club, corre a morir, haz tu trabajo y cobra, muchacho. Esa es la contraprestación que buscamos los de los asientos y la cerveza (sin) de la grada. Besar el escudo pretende evocar un sentimiento de pertenencia que ya no se creen ni los chavales de 4.º de Primaria. Porque es falso, exiguo y efímero.
A ver, póngase en situación. Si en otra empresa nos dan el doble de lo que cobramos en la actual, volaríamos todos en rasante hacia el nuevo destino sin siquiera recoger el escritorio. Los más hipócritas se acogerían al discurso simple de haberse sentido como en casa. Pero en casa uno se pasea en camiseta y se tumba en el sofá, en el trabajo cumple unos objetivos y en el nuevo empleo se trinca dos veces la paga habitual. Sólo pido un mínimo de decencia. Y si el jugador que sea ha explotado sus virtudes (que seguro que sí, porque por eso le dan más viruta), pues da las gracias por el apoyo recibido, dice que recordará con cariño el tiempo vivido aquí y pista, pacifista. Con el parné resultante de la operación intentaremos fichar a uno que lo haga parecido. Pero no nos vendan motos al nivel de un simple presidente del gobierno.
Como una Belén Esteban del barrio de la Victoria, yo diría que mato por esta camiseta, pero figuradamente. Todos entendemos que cuando el once titular entra al campo y el entrenador, uruguayo, chileno, serbio o mediopensionista, indica que van a degüello, no va a tener que aparecer por Zorrilla la policía científica. Entonces, me pregunto por qué narices el aficionado medio se emociona cuando un fichaje, después de los correspondientes malabarismos, declaraciones y posados, se besa el escudito durante las fotos. Si no hace falta, si no lo habías visto en tu vida, confiesa. Desengañémonos: Cantatore se fue, Víctor se fue, César Sánchez se fue y así se seguirá escribiendo la historia. Puede darse, si el Pucela alcanzase un estabilidad económica, un presupuesto curiosete y olvidase su condición «ascensoril», que algún jugador con posibles, buena ficha y el coeficiente intelectual suficiente para saber que en un grande no será más que un comparsa, eche raíces y se convierta en el estandarte de la franquicia. Mientras tanto, confiemos en un Moro que viene de Oviedo, en De la Hoz (que entiendo que viene sin martillo) y en lo que la dirección deportiva saque del cajón de las sorpresas. Pero sin besitos ni chorradas, que no somos novios ni vamos a la última fila del cine, oiga.
Acabo el café y redesayuno con la publicación de haber llegado a dieciocho mil abonados. En Segunda y sin ser de Bilbao. El día que enganchemos tres temporadas buenas, como con don Vicente, Carnero y el presi se tienen que reunir para algo más que una cúpula de metacrilato.
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