

Secciones
Servicios
Destacamos
Desde hace cosa de dos meses el Palacio de Santa Ana no deja de recibir parejas que se dicen te quiero como si fuera para ... siempre. Osados, pensarán unos. Locos. Ilusos. Prefiero creer que son soñadores, o al menos optimistas. Cuando me casé puse delante de mi mujer una cláusula futbolera escrita en una servilleta de Villa Paramesa, al tiempo que nos servían esa delicia de los dioses llamada camarón mexicano. El papelito decía «firmo hasta el 2067. A partir de entonces, renovaremos cada año si ambos estamos de acuerdo». No me nieguen que no es rubricar un horizonte cómico porque, para la fecha marcada, un servidor va a estar más arrugado que la ropa de un universitario durante su escapada veraniega a Conil.
Pero a pesar de las expectativas, la estadística, el poliamor y la madre que los parió a todos, la gente sigue comprometiéndose. Y diciendo que sobre un sofá chiquitín, dos sillas plegables y una tele de veinte pulgadas edificarán su hogar. Que compartirán cuentas o gastos o tarjeta de Carrefour y que, donde antes pasaban una noche de sábado entre copas, risas y apreturas pasionales, hoy aprovechan la mañana del fin de semana gastando lo acumulado en el chequeahorro. Si lo hacen felices, es posible que lleguen a la meta que puse en la servilleta.
El caso es que, últimamente, observo un detalle que aprecio y valoro en esas nupcias de las que hablo. Muchos de los bailes se estrenan con un corto momento entre la novia y su padre, o el novio y su madre. Y asisto alegre al instante en el que los ojos de Sara se posan en un señor muy señorudo, con un bigote excelso y bigotudo, y ven en esa profundidad tan azul aquella vez en la que la sostenía por las manos para comenzar a andar, cuando la subía en sus pies para moverse durante el vals en la boda de aquel tío abuelo de Olmedo de nombre impronunciable.
También he visto, en los viñedos de Valoria, cómo Alberto agarraba con fuerza a su madre girando al son de un Danubio azul que ella adoraba, cómo la sujetaba y le susurraba al oído: «No te preocupes, yo te llevo», igual que ella hizo tiempo atrás ante los temores propios del primer día de clase en aquel longevo colegio de la calle Ultramar. Me estremezco porque no son conscientes de que es muy probable que, a no ser que tengan casa en un pueblo de la Castilla profunda, de los que aún llevan orquesta de pasodobles a las fiestas, será la última vez que bailen con sus padres. Y estos sí que tienen la sensatez que dan los años y la experiencia para saber que, quizá, a partir de ahora harán de parejas con otros niños o mayores. Es ley de vida.
Puede que no, y que todavía exista algún enlace de un primo belga en el que suene 'The way you look tonight', por decir una buena, y concedas la mitad de la canción a aquellos que te dieron todo lo que tienes y te enseñaron que el turrón bueno era el de Iborra. Pero si ocurre, serán ocasiones contadas. Así que cuando veo esta escena y tengo confianza, me acerco por detrás, hago una tontería de las mías para desdramatizar y cortar tanta emoción y digo bajito, sin molestar: aprovecha los bailes que os queden. Sujeta la mano de tu padre, ese que no te mira para no emocionarse al ver la mujer en la que te has convertido. Lleva a tu madre por el salón y hazla sentir importante, que sepa que vuestra conexión es única y complementaria con la familia que acabas de formar. La noche acabará y en el desayuno del día siguiente contaréis que aquel amigo de toda la vida terminó detrás de un seto con una que va para notaria, que tu hermano acabó la noche sin camisa bajo la americana y que dos mosquitas muertas que coincidieron en la mesa desaparecieron en la primera canción y se dejaron ver de nuevo cuando los camareros estaban terminando de recoger. Pero, entre todas esas batallitas, seguro que hay un momento para coger el teléfono, y a través de la tonelada y media de mensajes que tendrás, encontrar el de quien, de toda la noche anterior, se queda con los contados segundos que estuvo bailando contigo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.