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Ainhoa ha escrito una carta. Dice que ya va tarde en la vida, que no le va a dar tiempo, que no va a ser feliz ni logrará sus planes futuros. Y yo le digo que calma, que vea menos la tele, esa que repite ... sin cesar que le irá de pena y que las perspectivas son peores que las opciones de que me toque la Bonoloto. Le digo que se concentre en hacer su trabajo o en completar su formación. Y que, mientras, no deje pasar oportunidades, por nimias o flojas que parezcan. Porque un día, nadie sabe cuándo, van a sumar. Quizá no para el empleo soñado, puede que no para la plaza deseada, el horario que necesite o la rutina que le emocione, pero contará. Como nos ha pasado a casi todos.
No tengo intención de instruir a Ainhoa. Ni lecciones, ni charlas huecas, no vaya a pensar que soy un coach de esos. No le voy a echar la bronca, ni me internaré en sombríos rincones como el del victimismo generacional o el del bidón de gasolina dirigido a los que malmandan. Porque lo que necesita Ainhoa, que quizá tampoco, es que alguien le escriba una misiva semejante a la suya. Que le explique, por ejemplo, que yo con 26 años también vivía con mis padres y apenas tenía ahorros. Y aquí estoy, hipotecado como media España.
Que a mis 49, sigo sin ser padre. Y no por falta de ganas. Pero hay una variable que nunca entra en los planes infalibles, y es aquello de que el hombre propone y Dios dispone. Y, en nuestro caso, aún no ha dispuesto nada. Estará a sus cosas, que anda el mundo con tal follón como para acordarse de nosotros.
Incluiría que yo también he querido siempre una casa unifamiliar de esas tipo americanas, con jardín delantero, garaje para volver a tocar la batería –esa que cubre el polvo desde hace once marzos– y barbacoa dominical. Pero jamás me ha dado para tanto. Para el piso, sí. El que llevo décadas compartiendo, a pachas, con el banco. Multipropiedad, lo llaman, o algo así. Y acabaría señalando, con fluorescente, que tal y como está ahora mismo el mercado para invertir en ladrillo, haría bien en aguantar un poco.
Hablando ya de tú a tú: en cuanto a lo de ser infantiles o no, créeme, Ainhoa: diviértete. No pierdas tus metas de vista y no te entregues a una noche infinita enroscada en un bucle. Pero pásalo bien. Porque en breve, si lo vales, vas a tener tantas obligaciones que añorarás esos años locos de los que hablaba El Canto en una canción. Y puede que algún amigo, ese que con treinta y cuatro está empezando su tercera carrera porque no tenía muy claro a qué dedicarse, te ofrezca salir desenfrenadamente un jueves en busca de la juerga de tu vida. Pero declinarás la propuesta porque tocará compra en el supermercado, lavar el coche, cargar combustible, tender la lavadora, preparar algún plato para la semana que entra y dormir esa siesta que llevas aplazando seis días. Y cuando te llame viejuna, aburrida e incluso burguesa, sonreirás de refilón porque tienes reserva en un restaurante pintón para comer con otra pareja, os entregaréis al tardeo, a la charla y a unos bailes vespertinos. Y, sobre todo, porque al día siguiente no vas a parecer el suegro de Nefertiti, no vas a abrazar el Espidifén como si fuera el bíblico maná y, además, te va a quedar dinero en el bolsillo.
Créeme, Ainhoa, vas a llegar. Tú y muchos de tus coetáneos. Pero como siempre, por selección natural. Por ese esfuerzo que los vendemotos dicen que no sirve. Por ese año currando en un McDonalds cutre en Londres para aprender inglés en condiciones, aunque compartieras piso con una polaca que arrastraba las erres. Por esa capacidad que entenderás que va creciendo al igual que lo harás tú. Es posible que la sociedad que nos circunda esté enferma, pero no terminal. Y sólo la podemos seguir curando los que no nos rendimos.
Entiendo que la necesidad o la inquietud te hagan caer en ese pozo de impaciencia. Pero nada hacia el borde. Mantente a flote. En cualquier momento, si eres buena en lo tuyo (cosa que deseo), alguien te va a lanzar un flotador. Y no será por enviar una carta agónica a un diario, sino por haber escrito tantos artículos inéditos que, cuando llegue el momento, serán una base de conocimiento sobre la que habrás construido tu primer trabajo. Te lo digo yo, que llegué tarde a tener un grupo, a aceptar responsabilidades, a casarme o a escribir esta columna en un periódico.
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