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El café de la semana pasada me lo aguó una ley sesgada y parcial llamada de «protección de los derechos fundamentales frente al acoso derivado de acciones judiciales abusivas». De principio, el nombre llama al tedio como la miel a las moscas. Salió a presentarla Patxi López con la flema de los que pretenden salirse con la suya ... y, además, quieren explicarte por qué ellos tienen razón y tú eres un pobre ignorante que debes limitarte a callar y asentir. Con cara de profesor de Filosofía y Letras en el 81, soltó un tubo terrible sobre las bondades de que te den un sopapo. Es curioso que esto lo hagan aquellos que pretenden erradicar las clases magistrales. Concluyó su declaración este caballero indicando que el propósito es «impedir el acoso de los juristas que solo quieren atacar a los que no comulgan con sus planteamientos».
De manera curiosa, esos letrados que forman los tribunales de justicia, cuyos cometidos como institución del Estado recoge la Constitución, funcionaron de cine en casos como Gürtel, la Perla Negra o los áticos (por estos lares), la Operación Campeón, Púnica o el 3% de Convergencia. Al tiempo, pardiez, le parece a López que se les nubla el juicio (nunca mejor dicho) cuando se habla de los ERE andaluces o los supuestos tratos de favor a familiares de lo que podríamos llamar el clan presidencial. Supongo que lo de Filesa, como se les atribuye a aquellos compañeros de partido que ahora reniegan del nuevo rumbo, también será válido y fruto de una práctica procesal excelsa.
No había apurado el último sorbo y ya pensaba si el portavoz tendría claro el peso del calificativo que usaba para justificar un legajo que bien podrían haber llamado «A mi familia, no, ¿eh?, que te reviento», o alguna expresión semejante. Por si tiene dudas: abusivo no es que Rufián, por más que insistiera en su día en su reducida estancia en el Hemiciclo, siga instruyéndonos con paciencia y una pose de cómico de stand-up varios cursos después. Se lo ganó, le votaron y fin de la cuestión. Abusivo no es tragarse el disco de grandes éxitos de Los Pecos en bucle mientras paseas por unos grandes almacenes. Y tampoco es abusivo que la clase política se dedique a alabarse las bondades en las declaraciones, aplaudirse las bellezas en el Congreso o erigirse en salvadores de la verdad desde escenarios efímeros. Hiriente, quizá. Reprobable, puede. Pero no injusto ni opresivo.
Abusivo es esperar ocho meses por una operación importante, mientras se dilapidan sumas ingentes de dinero en asesores y directores de gabinete y no en personal sanitario. Abusivo es que sumarios jurídicos de rápida tramitación se dilaten durante años por razones similares. Abusivo es destrozar ordenadores al estilo de «familias» moldavas para que nunca se conozca su contenido o cambiar de teléfono para ocultar información, como un vulgar adúltero. Abusivo es señalar periodistas que te sacan las vergüenzas, lo haga la corriente ideológica que lo haga. Abusivo es creer que todos aquellos que no coincidan con tu código genético son malhechores en potencia o en ejercicio. Abusivo es que Trump pretenda anexionar por las bravas Groenlandia y el Canal de Panamá (y no lo hace con Peñafiel y sus bodegas porque no le han dado a probar los vinos). Y abusivo es que, a estas alturas del calendario, zonas de la Comunidad Valenciana sigan pareciendo Zambia.
Abusivo es que asesinos confesos, firmes en sus deleznables tesis, paseen como héroes y otros no puedan caminar por esas calles sin que les miren con gesto agrio. Abusivo es que si te compraste un piso en 2014 en Ávila no te deduzcas por vivienda habitual ni un duro y, sin embargo, si lo hiciste en Galdácano tengas tus derechitos históricos porque patatas. Y abusivo es que tus padres, a sus ochenta y todos, tengan un piso en Granada y se les metan un par de listos por las bravas, sin posibilidad de sacárselos de encima en dos años.
Salgo del bar ajustándome la bufanda como si fuera el bozal que propone López, y capto que lo que quiere es jugar al fútbol sin fuera de juego para quedarse de palomero; firmar con lápiz para borrar si más tarde no le conviene; jugar al mus con cinco cartas; ser un aprendiz de Donald envuelto en la túnica de la tolerancia. Y, Patxi, para lo de Trump te falta flequillo, tinte y mala leche. Aunque de lo último no vayas mal.
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