Catedral normanda de Cefalú.

Sicilia inspiradora y repleta de Historia

La isla italiana, un punto en el ancho mundo, condensa la historia de los tiempos y la belleza de la creación de los hombres y los dioses

Alfonso Carvajal

Lunes, 23 de diciembre 2024, 07:50

«La Cina è vicina», afirma el título de una película. Más cerca está Sicilia; la isla, es cierto, no queda lejos, está cerca, sí. La que llaman Perla del Mediterráneo, en la abstracción de un mapa, resulta ser un triángulo isósceles separado apenas de ... la bota continental por el mínimo estrecho de Mesina, un angosto pasadizo entre los monstruos mitológicos que habitan esos mares: la temible Caribdis a un lado; la no menos temible Escila, al otro. Hubo un tiempo -por lo dicho- en que aquellos aragoneses de Pedro el Grande, a la sazón en Túnez, atendiendo a una llamada, pusieron rumbo a Trapani, tomaron la capital Palermo, expulsaron a los franceses y se quedaron por siglos. Este capítulo hispano empezó con un levantamiento, las Vísperas Sicilianas; una degollina que llevó a cabo el pueblo justiciero. Hubo, por descontado, historia previa, de conquistas; e historia posterior, la unificación de Garibaldi. Y ahora, que la historia se acaba -dicen-, se asiste a una sutil ocupación, la del turismo rampante que invade la isla. Su belleza, su perdición.

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Pero no puede haber distanciamiento al hablar de esta peculiar conquista sin caer en la impostura, porque turistas somos todos; los modernos invasores. Despojémonos por un instante de la culpa que entraña la condición. Convengamos en que cualquier motivo es válido para visitar Sicilia; incluso el de la artera envidia, que lo haga el vecino. No importa. Sea cual sea el motivo, la entrega está asegurada; rendición incondicional. Nos encontramos no obstante con que en cualquier viaje hay «un antes», «un durante», y «un después». Se prepara, sí, y no son ya los billetes de avión o las reservas de hotel. No, no. Se trata pues de otra anticipación, saber a dónde se va, una necesidad; en este afán, por tanto, procede leer, ver y contrastar. Leer por ejemplo un folleto, una guía, una novela ambientada en el lugar; ver un documental, una película...; hablar con alguien, un nativo, un viajero anterior. Contaré, con permiso, mi experiencia de anticipación, mencionaré una mota del entero viaje y daré una ligera pincelada sobre la recreación y el postrero olvido.

Un amigo, medio italiano, que había vivido en la isla, al saber que viajaba a este destino me recomendó una película de los Hermanos Taviani, «Kaos» (1984). Son cinco cuentos sicilianos en los que aparecen costumbres y paisajes de la isla. El retablo de una Sicilia feroz. La toma cenital del templo griego de Segesta, en la película, no solo descubre su sinigual belleza, sino que desvela de paso el insólito lugar que ocupa en el universo mundo; acicate suficiente por sí mismo como para echar a correr y visitar la isla. La película está al libre acceso en Internet Archives, una moderna biblioteca de Alejandría. Y puesto que una cosa lleva a la otra, y nos encontrábamos en tamaña institución, busqué y encontré «Salvatore Giuliano» (1962), película de Francesco Rossi que retrata la vida del mítico bandolero de Montelepre: empezó ayudando a los pobres de su pueblo y acabó matando manifestantes junto a los pistoleros de la Cosa Nostra. Las malas compañías. Otra Sicilia feroz. De libros, encontré por casualidad, el de Guy de Maupassant, una edición monográfica sobre la parte que corresponde a su periplo por la isla en el año 1885 recogido en su libro más extenso «La vida errante». En las apenas 70 páginas de esta edición se encuentran sus sagaces observaciones, como aquella de los niños que trabajaban en las minas de azufre, o la de la ascensión a la cima nevada del monte Etna, sin menoscabo de las reflexiones sobre la muerte que suscitaron en él la visita al cementerio de los Capuchinos en Palermo, donde se exponen a la vista pública, colgados como cuadros en una pared, miles de cadáveres momificados y vestidos para la ocasión. Escrito con prosa sin artificios. Una delicia. Del todo recomendable. Un amigo helenista -existen- me dijo que la mejor guía para entender Sicilia es la «Historia de la Guerra del Peloponeso», de Tucídides; miles de páginas; tenemos por suerte una vida por delante. Las novelas de Camilleri y Sciascia, sicilianos ambos, ponen en situación: «La ópera de Vigàta», del primero, retrotrae a la Sicilia del siglo XIX; «El consejo de Egipto», la historia de una falsificación, del segundo, lo hace hasta el XVIII. Javier Reverte, conspicuo viajero y escritor con gancho, dedica más de la mitad de su libro, «Suite italiana», a nuestra isla, un viaje en solitario, el suyo, que rastrea hechos y leyendas. Inspiradora. Hubo por descontado recomendaciones culinarias, y es que se estila comer: no dejes de probar la «caponata», me dijo otro amigo, naturalista este, que confesó añadir apio al pisto desde que la descubrió; prueba los «cannoli», otra recomendación, en este caso, golosa. Nadie mencionó los «granite», si bien mi círculo es reducido; los probé en su templo, el Bam Bar de Taormina, «granite gelsi e mandorla, e pan brioche». Como resulta visible, la primera fase del viaje, la anticipación que refiero, abre los ojos, tiene su valor; sirve para evitar prejuicios, el sesgo cognitivo, se ve lo que se quiere ver. Conviene abarcarlo todo.

Al igual que la preparación, el viaje es libre; interrumpe la rutina y confiere libertad. Sicilia, un punto en el ancho mundo, condensa la historia de los tiempos y la belleza de la creación de los hombres y los dioses. La mota que decía. Allí están los templos milenarios que evocarán las civilizaciones que los levantaron; las bellas y enigmáticas ciudades, creaciones más elaboradas; la cubierta térrea negra requemada por la brasa de sus volcanes…. Así, la impertérrita isla será un tobogán de emociones; bastaría con pronunciar ciertos nombres para saber el hechizo que aguarda: Palermo, Monreale, Catania, Siracusa, Agrigento, Taormina, Mesina, Cefalú, Etna, Stromboli, y más, y más; entresacada de la lista, la capital Palermo, se resume en los «Quattro Canti» -«esatta ortogonalità»-. Tocar el cielo. Con todo, no estaría de más, y en otro tono, una respetuosa indicación para el mejor provecho. No alquilen coches, mirar desde la ventanilla de un tren no tiene parangón.

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Después, después…, el inevitable olvido. Quedará aún el aliento suficiente para que el interés perdure un tiempo. Es turno para leer «El Gatopardo» de Lampedusa y ver la película de Visconti de igual título; se humedece uno los labios con la lengua, se relame, el viaje continúa. Hable de ello.

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