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Hace más de 20 años que el corzo campa a sus anchas por la mayor parte de Castilla incluidas provincias muy abiertas, como la de ... Valladolid, en la que con cierta frecuencia pueden escucharse sus roncos ladridos durante el crepúsculo.
Pero eso no ha sido siempre así. A mediados de los años 60 del siglo pasado, estaba solo presente en algunas sierras de la periferia de la Comunidad Autónoma: la Cordillera Cantábrica, el occidente de la montaña leonesa, La Demanda en Burgos, Urbión en Soria y la Sierra de Guadarrama Segoviana.
En los 80 ya había colonizado más de la mitad de las provincias de Palencia, León y Burgos y comenzaron a observarse desplazamientos hacia el centro de la Comunidad, aprovechando quizás las arboledas de los márgenes de los ríos, corredores idóneos para la expansión de muchas especies.
Una vez ocupadas las provincias del norte en su totalidad, con la entrada del nuevo siglo llegó a la provincia de Valladolid, penetrando especialmente por el Duero y sus afluentes, desde las provincias de Burgos y Palencia, y se expandió por las áreas serranas de las provincias de Ávila y Salamanca, gracias a sendas reintroducciones.
Algunos corzos llegaron incluso a la ciudad de Valladolid, entrando probablemente por las riberas del Pisuerga. Como el caso que narraba El Norte de Castilla del 12 de mayo de 2005, cuando un corzo se abalanzó sobre el coche conducido por un joven en la Plaza de la Universidad, ejemplar al que se había visto en días anteriores por Las Moreras. Por aquellas fechas, un conocido me contó su sorprendente encuentro tempranero con otro (o el mismo corzo), en la Plaza de la Trinidad, junto a la biblioteca de Castilla y León.
En la actualidad, la especie ocupa todos los grandes pinares vallisoletanos y zonas de cultivo aledañas, por lo que sus ásperos ladridos forman parte ya del paisaje sonoro provincial. No es raro verlos, con cierto desparpajo, pastando en tierras agrícolas cercanas a la ciudad, siempre que estén rodeadas de arbolado en el que puedan ocultarse con rapidez en situación de necesidad. Incluso han llegado a criar en el interior de cultivos, con la condición de que su altura les haga sentirse protegidos. En caso de asedio, escapan con gráciles saltos, como manchas blancas que suben y bajan, perdiéndose con rapidez en la espesura.
El abandono del campo y la emigración humana a las grandes ciudades, que se produjo masivamente durante la segunda parte del siglo XX, figuran entre las probables causas de su rápida expansión. Los cambios de usos provocaron que muchas parcelas abandonadas se matorralizaran, regenerándose también el monte bajo, lo que favoreció a bastantes especies de mamíferos, especialmente los jabalíes y corzos.
Cuando en la naturaleza las densidades de alguna especie se disparan por ausencia de predadores, es necesario su control, como sucede también con el jabalí. Máxime cuando se trata de especies que acaparan la mayoría de los accidentes en carreteras. En un estudio realizado hace 20 años, en colaboración con el equipo del añorado Quico Suárez, de la Universidad Autónoma de Madrid, se comprobó que los tramos de carretera con altas tasas de colisión estaban vinculadas a áreas con una gran cobertura forestal, baja presencia de cultivos, pocos edificios y una gran diversidad de hábitats. Además, los puntos específicos de colisión no tenían barandillas ni terraplenes laterales, no estaban cerca de pasos subterráneos, cruces de caminos o edificios, y presentaban setos o bosques cerca de la carretera. Una vez más, quedó demostrada la importancia de la permeabilización de las infraestructuras, no solo por el bien de las especies silvestres, sino como una inteligente medida para evitar accidentes de tráfico.
En ocasiones, ante las altas densidades de ungulados silvestres, fenómenos de control natural, como la aparición de parásitos o enfermedades, pueden reducirlas drásticamente. Ese fue el caso del brote de sarna en la cabra montés de la Sierra de Cazorla a finales de los 80 del siglo pasado, que en cuatro años mató el 97% de su población, o la sarna del rebeco en Picos de Europa a principios de este siglo, que acabó con la mitad de los ejemplares en seis años. Por este motivo, no sería raro que, teniendo en cuenta la abundancia de corzos, surgiera algún agente controlador natural. El gusano o mosca de la nariz (Cephenemyia stimulator) es un buen candidato, que causa verdaderos estragos desde hace años en algunas comarcas castellanas.
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