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El pasado miércoles, los socialdemócratas del SPD, los Verdes y los liberales del histórico FDP presentaron en Berlín el contrato de coalición -177 páginas- que dará paso a un tripartito inédito desde los años cincuenta y que pondrá fin a los largos años de la ... conservadora Angela Merkel en el poder, aunque los tres últimos gobiernos de la jefa de la CDU han sido de gran coalición con el SPD. Los líderes de las tres formaciones han dado a conocer las grandes líneas del programa que han firmado para los próximos cuatro años y que se basan en la descarbonización de la economía, la digitalización y modernización del país y una protección social sin precedentes.
La continuidad del SPD en el Ejecutivo significa que no habrá saltos en el vacío, pero es lógico pensar que el cambio de socios y la asunción del liderazgo gubernamental, perdido en 2005 cuando cesó Schröder, permitirá ver una socialdemocracia más progresista, más cercana a la que erigió el estado de bienestar alemán de posguerra, ciertamente preservado en lo sustancial por Merkel, a quien hay que rendir homenaje en esta despedida por su competencia, su capacidad para formar mayorías y consensos y su sentido humanitario de la política, por ejemplo en los asuntos relacionados con la inmigración.
Por añadidura, el nuevo gobierno que tomará posesión en los próximos días ha sido entronizado sobre todo por los más jóvenes, que se han volcado con las propuestas de los liberales y verdes (se ha escrito que si solo votasen en Alemania los menores de 25 años, la canciller sería la Verde Annalena Verbooek). Es lógico por lo tanto que el referido programa que desarrollará el canciller socialdemócrata Olak Scholz mire con especial atención a la generación de Alemania recién incorporada, algo que nuestros partidos deberían tratar de imitar si quieren poner término a la gravísima desafección que han generado. ¿Cómo puede interesarse por la política una juventud como la nuestra, que padece tasas de paro cercanas al 50% desde hace lustros y que ni siquiera tiene en el horizonte la posibilidad de dejar de ser mileurista para establecerse familiarmente sin estrecheces insoportables?
El Pacto alemán de Gobierno, una verdadera vaharada de aire fresco social, incluye el voto a los 16 años, una idea razonable si se piensa que muchos países europeos mantienen a esa edad la mayoría de edad penal. Además, el nuevo gobierno llevará a cabo una revolucionaria normalización de la diversidad sexual y de género. A la defensa radical de los colectivos Lgtbi unirá la autodeterminación de género, con lo que se pondrá fin a toda la conflictividad que aún padecen los colectivos transgénero. Y, en contra de la presión introspectiva de la extrema derecha alemana neonazi (Alternativa para Alemania, AfD, se llama allí el radicalismo ultra), se simplificarán los trámites y las cautelas para obtener la nacionalidad alemana, consolidando así un saludable mestizaje que destruya definitivamente los puritanos designios racistas del nazismo.
De alguna manera, el retorno de la socialdemocracia alemana, que llega en un momento en que en la UE se ha producido una conversión saludable al neokeynesianismo, representa un rejuvenecimiento de los viejos ideales del socialismo democrático y un aggiornamento general de la gran potencia europea, que está decidida a adaptarse a los nuevos movimientos sociales y a la idea vertebral de que la inequidad no solo no es un factor de desarrollo, como ha creído el FMI durante décadas, sino un ingrediente de deconstrucción, de recesión, de desafección, de promoción de los radicalismos populistas.
La presencia de los Verdes y de los liberales -el FPD, que fue modelo de los liberales españoles durante la Transición y que ha tenido una larga trayectoria progresista, de defensa de las libertades civiles y de desnazificación en su país-, cumple la misión pedagógica de mejorar el tejido político y la calidad de lo público. En definitiva, Alemania, que fue soporte de una derecha blanda durante los 16 años de Merkel, pasa ahora a ser punta de lanza de la innovación económica y social, en el largo camino que aun nos queda de abatimiento de fronteras hacia el federalismo europeo.
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