Aunque el tiempo es una línea continua, los humanos tenemos tendencia a fragmentarlo o trocearlo para que nos dé menos vértigo y hacernos la idea de que, de vez en cuando, es posible un cambio de etapa, un nuevo capítulo, un giro de guion.

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Cerramos ... en pocas horas el cuaderno correspondiente a 2024, lleno de borratajos y tachaduras, y abrimos el flamante 2025 con todas sus páginas en blanco. Un amplio abanico de posibilidades se despliega ante nosotros. Las personas aprovechamos para hacer planes optimistas que no cumpliremos o cumpliremos sólo en parte.

Quizás las ciudades, si tuvieran algo parecido a una inteligencia, formularían sus propios deseos para el año que pronto empieza. En esas ensoñaciones, tal vez Jesús Julio Carnero renunciará al Senado para centrarse en los asuntos de alcaldía, que es para lo que le votó la gente. Óscar Puente abandonará el Gobierno porque se dará por fin cuenta de que Pedro Sánchez es un cáncer para el socialismo, pero antes dejará firmado todo lo necesario para el soterramiento del ferrocarril. Él y Jesús Julio Carnero convocarán juntos una rueda de prensa en la que se disculparán recíprocamente por si alguno de sus excesos verbales ha podido ofender al otro y anunciarán una campaña de micromecenazgo para financiar las obras. Al día siguiente, un donante anónimo aportará 1.000 millones de euros.

En 2025, la policía local usará las pistolas táser (hasta ahora ornamentales) para detener a los patinetes que van a toda pastilla esquivando peatones. Los dueños de los perros (todos y ya no sólo una mayoría) recogerán los excrementos de sus mascotas en una bolsa de plástico que luego depositarán en una papelera. Y no sólo eso: también llevarán una botella con agua jabonosa para cuando su perro (algunos del tamaño de una cría de hipopótamo) vacíe su vejiga en mitad de la acera. Hoy mismo le he recriminado no hacerlo a una señora, que me ha mirado desconcertada como si yo fuera un cascarrabias o un pirado.

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En 2025, se acabará la dictadura de la zafiedad, que es la versión moderna de aquella rebelión de las masas que ya supo detectar Ortega y Gasset hace casi un siglo. Desaparecerán los cretinos que no piensan en los demás y casi te arrollan con su carro en el supermercado y los que van hablando a voces por teléfono en un vagón de tren durante toda la hora del trayecto Valladolid-Madrid.

Y el equipo de fútbol de la ciudad… Bueno, el equipo de fútbol bajará a Segunda División (o como se llame ahora) porque hay cosas que no tienen remedio ni en las utopías más desbocadas.

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