Secciones
Servicios
Destacamos
Hace no muchos días, se produjo una agresión de madrugada a las puertas de una discoteca de Valladolid. Alguien grabó un vídeo cuyo momento culminante es el de un chico pateando fuertemente la cabeza de otro que está indefenso en el suelo. Resulta que el energúmeno juega como cadete en un equipo de fútbol que le ha suspendido temporalmente ... . ¿Temporalmente? No sé qué más necesitan ver o saber: ese golpe podía haber sido mortal. Supongo que la escena no choca contra los valores de ese club, porque el listón está ya muy alto, o muy bajo, según se mire.
No mucho después, han sido motivo de comentario y efímero escándalo los ultras del Atlético de Madrid y su lanzamiento de mecheros al césped. Qué triste la estampa de los jugadores negociando con tipos ataviados con pasamontañas. Cada equipo, junto a los aficionados sanos, arrastra su grupúsculo de macarras que sólo van a los campos a buscar bronca. ¿En qué momento el fútbol se nos salió del carril y empezó a circular cuesta abajo y sin frenos?
La violencia en el fútbol no son episodios aislados. Cada fin de semana hay follones en los alrededores de algún estadio, aunque sólo los más graves saltan a los informativos. Debería darnos vergüenza ya el mero hecho de tener que escoltar por separado a la parte más radical de las aficiones rivales, como si fueran animales salvajes que no pueden evitar atacarse a mordiscos. Eso no pasa con otros deportes de equipo.
Reconozco que yo miro el fútbol con mucha distancia (e incluso un poco de repelús). Del deporte que me gustaba cuando yo era niño queda ya muy poco. Ahora es un negocio con rincones muy sucios y un espectáculo que mueve montañas de millones y los que invierten en él nos lo tienen que meter por los ojos, a todas horas, para hacernos creer que constituye el centro de la vida.
Ese es precisamente el otro problema del fútbol: que nos lo encontramos hasta en la sopa. Alucino con todas esas ruedas de prensa que ocupan minutos en televisión para no decir nada. Y con esas tertulias de exaltados que vocean mientras repiten docenas de veces unas imágenes a cámara lenta para tratar de dilucidar si aquello fue penalti o piscinazo.
En algún momento debería haber un punto de inflexión que devolviera el fútbol a unos parámetros más sensatos, pero los síntomas no son nada esperanzadores. Cierro con un dato terrorífico: en Valladolid, en los últimos años, partiendo de cero, los locales de apuestas deportivas han superado en número a las bibliotecas públicas. Eso es otra forma, quizás más sofisticada, de pisotear cabezas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.