Al tenista Rafael Nadal le han concedido un doctorado honoris causa por la Universidad de Salamanca, pero la noticia no ha sido el hecho en sí, sino más bien que un tercio de los doctores ha votado en contra. Qué feo es airear ... esas intimidades del proceso. ¿Era necesario revelar ese dato concreto? ¿No habría sido más elegante decir simplemente que la propuesta ha salido adelante por una amplia mayoría? Luego, claro, han entrevistado a algunos de los detractores para que argumentaran su negativa: que si Nadal no está vinculado con Salamanca, que si no tiene prestigio investigador o universitario… En fin: si yo fuera Rafa Nadal, rechazaría amablemente esta distinción.
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Los doctorados honoris causa son una especie de simbiosis entre un personaje de un ámbito no académico con una trayectoria extraordinaria (por la que recibe el homenaje) y una universidad que abandona por unos momentos su burbuja narcisista, se asoma al mundo y, por qué no confesarlo, se beneficia de una publicidad positiva.
Pedro Almodóvar es doctor honoris causa por Oxford y Harvard, que son universidades que no vamos aquí a comparar con la de Salamanca para no ridiculizar a nadie. En Oxford y en Harvard no se preguntaron por el prestigio investigador y académico de Almodóvar. Reconocieron sus logros. Su cine te puede gustar más o menos, puedes no estar de acuerdo con algunas de sus declaraciones, pero su itinerario profesional es asombroso. Tradicionalmente, los más destacados directores españoles siempre habían sido hijos de papá con un mullido colchón familiar: Saura, Berlanga, Buñuel y no digamos Edgar Neville, que incluso era conde. Frente a eso, Almodóvar es un chico de un pueblo manchego que viene a Madrid, se pone a trabajar de auxiliar administrativo en la Telefónica, sobrevive a las turbulencias de la Movida y consigue realizar más de veinte películas con apabullante éxito internacional. Eso es una proeza.
¿Y lo de Nadal? Pues es parecido. En lo suyo, Nadal constituye un mito viviente. Un tipo sencillo, sensato, nada vanidoso, luchador… El deporte te puede interesar mucho o poco (como es mi caso), pero hay que reconocer la influencia social que tiene. Las victorias de Nadal, durante todos estos años, han alegrado el día a muchos españoles. En innumerables telediarios, eran la única buena noticia de un compatriota entre tanto corrupto y tanto charlatán.
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Así que, doctos y apolillados señores de la Usal, si Rafael Nadal no les tira el nombramiento a la cara, lleven al tinte esos trajes tan estrafalarios y hagan una bonita ceremonia.
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