Cruzando puentes

El tipo que huyó de la Justicia mientras compañeros suyos tuvieron la coherencia de ir a la cárcel, el tipo que ha estado viviendo siete años a cuerpo de rey en una mansión de Waterloo regresa ahora en plan héroe patriótico para soltar un discurso impropio de una persona adulta, aunque hay gente para todo y algunos fans casi se desmayaban ante sus palabras, como en el apogeo de la beatlemanía.

Mientras escribo estas líneas, Puigdemont sigue sin ser detenido por la policía. Quizás incluso se habrá tomado un chocolate con churros en alguna terraza de Las Ramblas. Solo lo capturarán si a él le conviene para continuar con la astracanada y, de todas formas, será irrelevante, porque en el Tribunal Constitucional ya tendrán previsto algún mejunje jurídico (como han hecho con los malversadores de los ERE de Andalucía).

En Castilla y León, el concierto catalán es una moto que no compra nadie. Es insolidario y únicamente beneficia a Cataluña frente a otras regiones de segunda, tercera o cuarta categoría (no me atrevo a precisar en qué grupo nos englobamos nosotros). La nueva financiación catalana (y, antes, la amnistía) solo se explican por el narcisismo de Sánchez y su obsesión por permanecer en el poder, cueste lo que cueste.

Me pregunto a qué esperan para plantar cara a Sánchez dentro de su propio partido. ¿En qué momento los procuradores regionales, los concejales de Valladolid o de Soria o de donde sea van a alzar la voz para manifestar su desacuerdo con esta deriva personalista del PSOE? No se puede apoyar esta aberración y luego, cuando lleguen las elecciones municipales o autonómicas, pretender que no ha pasado nada. En ese caso, mi respuesta ya la tenéis aquí, con muchos meses de antelación: que os voten los catalanes.

Me gusta mucho una frase del filósofo Bertrand Russell que he visto citada numerosas veces, aunque todavía no he localizado a qué obra pertenece. Dice algo así como que lo difícil en la vida es aprender qué puentes hay que cruzar y qué puentes hay que quemar.