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Como cada año, hemos celebrado el Día del Trabajo no trabajando, lo cual ya nos proporciona un indicio de lo que pensamos sobre ese tema. Aunque no hay unanimidad entre los lingüistas, se cree que la palabra 'trabajo' procede del latín 'tripalium', que eran los ... tres palos o postes donde se inmovilizaba a los esclavos para azotarlos.

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Para muchos, el trabajo es un castigo o una tortura que no queda más remedio que soportar para poder financiar la vida. Existen, obviamente, trabajos vocacionales, como los relacionados con la docencia o la sanidad y, en general, aquellos que implican trato con la gente, que es muy pesada y desgasta mucho.

La promesa estrella de este primero de mayo ha sido la reducción de la jornada laboral a las 37,5 horas semanales. Veremos si se acaba aplicando o no.

En el fragor de los discursos trasmitidos por televisión, me fijé en la flamante parka que llevaba el secretario general de la UGT. Era de una marca no precisamente barata (el logotipo es una doble hache) que tiene unas connotaciones para mí muy claras. Y ustedes me dirán que Pepe Álvarez, con su elevado sueldo, se puede comprar lo que quiera, y yo responderé que por supuesto, pero los símbolos en política son fundamentales. Llámenme romántico o tiquismiquis: yo creo que resulta indecoroso cantar 'La Internacional' vestido con ropa de señorito.

Un Felipe González ya aburguesado (permítanme el anacronismo) seguía recuperando de las catacumbas de su armario la chaqueta de pana para ir a dar determinados mítines. Sabía muy bien por qué lo hacía. Pero ahora ya todo da un poco igual, porque incluso la clase obrera ha perdido la conciencia de lo que es y todos viven en el delirio o en el trampantojo de la opulencia porque tienen un piso con tabiques de cartón a pagar cómodamente en treinta años, usan un montón de tecnología y han ido de vacaciones a Cancún.

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El trabajo, o la ausencia del mismo, condiciona la vida de los individuos hasta el punto de que muchos jóvenes tienen que marcharse ya no a otras ciudades, sino fuera del país. Más de 1.200 vallisoletanos dejaron la ciudad en 2023 para emigrar al extranjero. Quizás ya solo vuelvan de visita o por turismo.

Mientras escribo estas líneas, hay cuatro personas haciendo las maletas a regañadientes. Sus padres se despedirán de ellas en la estación de trenes y será una escena triste. O, peor aún, la despedida tendrá lugar en nuestra cochambrosa estación de autobuses (tal vez incluso llueva) y aquello ya será un melodrama con violines y sollozos. Con el móvil 5G y 4K grabarán un vídeo de recuerdo.

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