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Adoro septiembre porque los niños, por imperativo legal, vuelven al colegio. Yo no tengo hijos, pero algunos de mis vecinos sí y, por lo menos, sus insoportables vástagos se pasarán un buen rato alejados de mis tímpanos, en lugar de estar jugando al baloncesto o ... a los bolos en el pasillo de casa. Si de mí dependiera, habría colegio también los sábados y los domingos.
La gente ha perdido la capacidad de educar a sus hijos; por un lado, están los padres que pasan de todo y, por otro, los padres comprometidos a fondo con la paternidad, que casi son peores, porque se han documentado sobre el tema y siguen la moda actual que consiste en no marcar ningún límite a los niños, para que no se traumaticen. Antes, se tenían tres o cuatro hijos y no se descontrolaban; ahora, con uno, los padres modernos ya se ven desbordados, ondean la bandera blanca y acuden a los psicólogos y a los ansiolíticos.
Estás en una terraza o un restaurante, tan tranquilo, y llega una bandada de niños que empiezan a arrastrar sillas y a emitir ese chillido agudísimo, como de rata escaldándose, que está diseñado genéticamente para crispar los nervios de los adultos. Si comentas algo a sus padres, se encogen de hombros sorprendidos y pronuncian la frase comodín: «Son niños». Y ese es el problema: que los niños siguen siendo niños como lo hemos sido todos, pero muchos padres han dejado de ejercer su función. Y ese relevo lo han tomado la televisión, primero, y después Internet. De tal palo, tal astilla.
Lo que antes se resolvía con una amenaza o con una bofetada ínfima e inofensiva (pero altamente simbólica), ahora se deja correr, porque así lo dictan las pedagogías alternativas, que son holísticas y cósmicas y no sé cuántas chorradas más. El resultado está siendo un desastre de una magnitud que todavía no hemos acabado de vislumbrar.
Es un error frecuente pensar que a los colegios los niños van a recibir una educación. No, queridos lectores: la educación es otra cosa. A un colegio los niños van a socializar, a contagiarse de enfermedades que refuercen sus defensas inmunológicas y a adquirir unos conocimientos (en su mayoría inútiles) que les permitan aprobar el curso.
Se critica mucho nuestro sistema educativo, se comparan nuestros resultados con otros países, se mira con lupa el contenido de los libros de texto… No seamos tiquismiquis: los colegios son maravillosos porque encierran durante unas cuantas horas al día a todos esos niños consentidos y asalvajados que, de otro modo, estarían sueltos por ahí, dando una guerra infernal.
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