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A pesar de huir de todo lo relacionado con los políticos, he acabado tropezando con unas declaraciones recientes de la ministra de Igualdad, Ana Redondo, en las que dice que España quiere liderar, a nivel europeo o incluso mundial, la lucha contra «el apartheid de ... género» en Afganistán. Qué ambicioso es nuestro Gobierno: no sólo vende humo aquí, sino que ahora pretende exportarlo.

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Hace no mucho, en una de esas jornadas de bochorno máximo, tuve que salir a hacer unas fotocopias «en las horas centrales del día» y me crucé con una mujer que vestía un niqab, que es esa cárcel textil que está un poco por debajo, en lo que a claustrofobia se refiere, del burka. El niqab sólo deja ver los ojos de la portadora, como a través de una rendija, aunque al ser de color negro me temo que dará un calor infernal. El marido de esta mujer caminaba veinte metros por delante de ella, quizás para no contaminarse, con sandalias, bermudas y en manga corta. Estas bonitas estampas se presencian con frecuencia en mi barrio de Valladolid y supongo que en otros cientos de España. No hace falta irse a Afganistán para encontrar muestras de atroz machismo medieval, pero el Ministerio de Igualdad no actúa, porque tiene miedo de ser tildado de racista o xenófobo. En Francia, por cierto, tanto el niqab como el burka están prohibidos en los lugares públicos.

En España, sigue habiendo polígonos industriales donde cientos de mujeres, en régimen de esclavitud, son prostituidas por mafias. En España, hay chicas que son obligadas a casarse antes de cumplir los dieciséis años y se celebran bodas en las que se realiza la prueba del pañuelo para comprobar la virginidad de la novia. Y el ministerio no hace nada al respecto.

La violencia contra la mujer que sí computa (muertes y violaciones) no disminuye. En eso llevamos muchos años fracasando porque jamás se ha hecho un verdadero análisis del problema y porque los minutos de silencio no han arreglado nunca nada, aunque queden muy solemnes en los telediarios.

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Como la gran mayoría de los españoles, defiendo y reivindico el feminismo igualitario; pero este otro feminismo de confrontación y postureo, que viene de Estados Unidos y que yo ya padecí en una de sus universidades, me parece un horror.

Menudo panorama: mujeres con pene, leyes y subvenciones que discriminan abiertamente a los hombres y un ministerio de Igualdad con 500 millones de euros de presupuesto para echarle la culpa de todo al heteropatriarcado. Si Virginia Woolf levantara la cabeza, se volvería a meter en un río con los bolsillos cargados de piedras.

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