![Lo que se aleja y lo que se acerca](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202102/06/media/cortadas/GF0GD691-k0zD-U130440677101qrD-1248x770@El%20Norte.jpg)
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África se acerca a Europa. Lo hace por debajo de la tierra, a bordo de su placa tectónica, provocando un enjambre de terremotos en Granada. Y lo hace también por encima del mar, a bordo de pateras o cayucos, provocando un enjambre de inmigrantes en ... Canarias. Una multitud vergonzante que huye de la indignidad y la miseria. Y que nada, ni siquiera la pandemia, parece detener. Más bien al contrario. En diciembre llegaron a contarse más de 27.000. Ahora, oficialmente, quedan todavía encallados en las islas afortunadas 9.000 adultos y 2.000 menores. Demasiado cerca como para no tenerlos en cuenta.
Europa, sin embargo, parece que se aleja cada día más del Reino Unido. La frontera en este caso no es marítima, sino terrestre, y parte en dos la isla de Irlanda. La tensión se produce aparentemente por el asunto de las vacunas. Pero detrás hay mucho más. Hay, sobre todo, los efectos secundarios de la incapacidad de una generación de británicos para vivir de acuerdo con su tiempo.
El ritmo de las vacunas, por cierto, tanto aquí como allá trata sin éxito de acercarse a las previsiones. Pero no puede. Y en el intento de aproximación surgen también choques e incertidumbres. Abusos, negligencias, dudas y malos entendidos. Que el jefe del Estado Mayor de la Defensa renuncie por vacunarse con anticipación dice mucho de la madurez del Ejército español. Y muy poco de la de una buena parte de nuestra sociedad. Por lo menos ahora, cumplidos los 63, el general no sufrirá el dilema de si la vacuna de AstraZeneca es adecuada para los mayores de 55 o para los de 65.
Y por cierto también que algunos responsables sanitarios se alejan cada día un poco más de sus enfermos. Véase el caso de la gerente del hospital de Alcalá de Henares, que pide que se les quite el móvil a los pacientes para que sus familias no les intoxiquen. No contagiándoles el coronavirus, que ya lo tienen, sino instándoles a que se nieguen a ser trasladados al nuevo hospital Zendal, el paraíso de la pandemia, según sus promotores.
Y alejado Illa de la primera línea del asunto sanitario, los que no quieren ni acercarse a las mesas electorales catalanas son los insumisos. Cientos de ellos. Temen contagiarse, dicen, o lo que es peor, contar mal las papeletas y terminar por darle la victoria al equipo no independentista. La cosa debe ser seria, porque de repente al ex ministro se le ha quitado la sonrisa y ha vuelto a la cara de sombrón.
Se acerca el presidente del Gobierno al presidente de Vox. Le alaba en el Congreso y pasa por alto las barbaridades que dice sobre el enjambre de inmigrantes de Canarias. Y luego manda a la vicepresidenta a matizar… Y en fin, que en este tiempo de distancias, tantas y tan sorprendentes, tan complicado parece alejarse como acercarse demasiado. Ya lo decía don Adelardo López de Ayala, que además de poeta y académico de la Española fue cinco veces ministro de Ultramar: «¡Así corro con bárbara constancia / y siempre encuentro mi ansiedad conmigo / y el bien ansiado a la mayor distancia». Eso es lo que me pasa a mí con el toque de queda. La ansiedad que crece. Y el bien preciado, osea la supresión, que nunca se termina de alcanzar.
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