Secciones
Servicios
Destacamos
Un 32,2% de niños españoles no son felices. El dato lo ha dado esta semana la Fundación Gasol. Ha encuestado a escolares en sus colegios y le ha preguntado sobre sus hábitos y sentimientos. Más de 3 de cada 10 han dicho que se ... sienten tristes, preocupados e infelices. Si ese dato le parece poco impactante, le doy otro: en tres años la cifra de niños infelices casi se ha duplicado.
La tristeza, según ese informe, ataca más a niñas que a niños y a alumnos de colegios ubicados en zonas con renta alta que a los de rentas más bajas. ¿Qué está pasando? ¿Cómo es posible que niños, a priori con las necesidades económicas cubiertas, se sientan infelices? No sé a usted, pero a mí el dato me ha dejado noqueada. Quizás porque mi infancia fue tremendamente feliz y los palos, todos sabemos, van llegando con los años.
El carácter se forja en esa etapa y un niño entristecido va camino de ser un adulto abatido. Pero, sobre todo, ¿qué dice de nosotros como sociedad que cada vez haya más niños tristes? ¿Qué futuro ven que les espera? ¿Se imita la tristeza como el hábito de lectura? ¿O acaso todo va relacionado con la gestión de la frustración, la tristeza y las expectativas que se crean?
No hay nada más contagioso que la risa de un niño. Ese sonido limpio y fresco que esconde la felicidad del mundo es pura vida. Pensar que cada vez suena menos urge de una reflexión profunda, porque una sociedad con niños tristes es una sociedad pobre, sin alma, desanimada y eso no nos lo podemos permitir. A la alegría, escribió Mario Benedetti, y cantó Joan Manuel Serrat, hay que defenderla «como una trinchera», «como una bandera», «como una certeza» y «como un derecho»». Pues a defenderla.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.