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Alarmante, dijo, que había un incremento «alarmante» de homosexuales. Y lo dijo en la tribuna del Congreso de los Diputados, la señora parlamentaria de Vox, para que luego sus palabras, ese «alarmante» tan alarmante, valga la doble alarmancia, queden grabadas en tinta y bits en ... el diario de sesiones. Que lo que espeluzna a Su Señoría no es que sean homosexuales, que allá cada cual bajo las sábanas de su cama, sino que se muestran. Se exhiben sin pudor, dando mal ejemplo a las juventudes, que se contaminan de homosexualidad como si se contagiara por aerosoles. Le gustaría más, sospecho, que todos esos extrovertidos contra natura volvieran al armario clandestino con olor a polilla.
«El alarmante aumento de casos de homosexualidad y transexualidad que se está detectando en los últimos años está directamente relacionado con el adoctrinamiento al que ustedes están sometiendo a los menores», dijo María de la Cabeza. Porque el adoctrinamiento son los otros. Faltaría más.
Y luego ya matizó, claro. Que quería decir en realidad que. Un matiz que suena a aquello de «si yo tengo amigos homosexuales/negros/mujeres/cosas-que-vete-a-saber, pero». Que soy tolerante, siempre y cuando los demás respeten mi parte intolerante quedándose su homosexualidad o su diferencia en su casa. Que el sexo en cada casa y Dios en la de todos o algo así.
La sociedad española ha avanzado mucho en cuatro décadas, especialmente en lo tocante a liberar la vida privada de la moral estricta de un nacionalcatolicismo exacerbado durante la dictadura. Y seguirá avanzando porque las nuevas generaciones –adoctrinadas, claro– se ciscan cada vez más en estos rescoldos de naftalina que pretenden gobernar en el colchón de cada uno.
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