Alarma

Aprovechando que estaba dentro pensé en sumarme a la tendencia y llenar de víveres el carro más grande que encontrara libre, pero caí en la cuenta de que no bastaba con cargarlo de artículos sin ton ni son. O sea, no tenía sentido comprar cinco kilos de garbanzos para hacer cocidos sin disponer de dos garrafas de agua, un poco de tocino, algo de gallina, jamón, chorizo y huevos para rebozar los rellenos. O llevarme veinte latillas de sardinas sin pan; o diez paquetes de macarrones sin unos botes de tomate. Lo del papel higiénico me pareció lo menos relevante porque, hasta donde sé, además de no comerse, hay alternativas para resolver su carencia.

Ante mi incapacidad para montar en casa un economato de campaña, me volví con las manos vacías y condenado a sobrevivir con lo que haya en la alacena.