Los analistas económicos aún se miran los unos a los otros intentando encontrar argumentos que lo expliquen. Se preguntan cómo es posible que el reputado –veremos si lo sigue siendo a partir de ahora– Instituto Nacional de Estadística (INE) haya corregido en nada menos que ... 1,7 puntos su propia predicción sobre el PIB del segundo trimestre. La volatilidad del momento, se excusan. Nos las prometíamos felices con el anunciado 2,8% de crecimiento y hasta podíamos dibujar un escenario de recuperación económica a corto plazo sobre lo perdido, tras los asfixiantes meses de pandemia. Los datos ya confirmados indican que el PIB español apenas creció el 1,1% entre abril y junio y que España se sitúa en el vagón de cola de Europa.
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No es un dato más, ni mucho menos. La cifra de crecimiento anticipada, que ahora se demuestra errónea, ha servido para fijar políticas presupuestarias e incluso ha representado el principal argumento de Sánchez, Calviño & Company para la populista subida del Salario Mínimo Interprofesional con la que hoy mismo sacará pecho, otra vez, el Gobierno.
Que no decaiga el optimismo en la tropa, porque ahora llega la manguera de los fondos europeos para regar de millones la actividad económica. La gran baza gubernamental para que los indicadores le vuelvan a sonreír antes de los procesos electorales. Solo hay un problema y es grave: si esos fondos se destinan únicamente a multiplicar el gasto público de manera artificial (a modo de Plan-E de Zapatero reinventado) en vez de a propiciar y consolidar un nuevo modelo económico, estaremos cavando nuestra propia tumba.
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