Viaje a las raíces del odio
Tras muchos siglos de dueños y de guerras, esa franja de tierra bañada por el Mediterráneo que mira también al África, se ha convertido en un alfil destructor de los países árabes, ambiciosos ellos de dominar el convulso tablero bélico de Oriente Medio
La ciudad subterránea es un mito universal y una esperanza de supervivencia, también una vida después de la muerte. Unos diez mil militantes de Hamás ... se han escondido por estrategia bélica en sus tinieblas de Gaza para salir de ellas a la luz por sorpresa y aniquilar al enemigo sionista. La noticia oficial, quizás exagerada, informa que los túneles, galerías y pasadizos horadados en la Franja de Gaza miden más de 500 kilómetros. Es una esperanza de supervivencia y también una seguridad temporal, cuya eficacia estratégica se ha probado muchas veces. Los moradores de Derinkuyu, misteriosa ciudad de veinte mil habitantes en la Anatolia turca, encontraron refugio subterráneo hace dieciocho siglos frente a las frecuentes invasiones persas desde la Capadocia. Quien disponga en Gaza de su laberinto, sobrevivirá en su caverna cuando caiga allí el aluvión cotidiano de misiles israelitas.
Todo cuadra en esa oscuridad gestionada por los terroristas de Hamás, paraje también muy adecuado para nutrir las raíces del odio. La agitada historia de Gaza y de sus habitantes ha demostrado, a lo largo de los siglos que la tierra y el cielo de ese territorio maldito, tienen el raro poder de multiplicar el efecto de los sucesos que sacuden a ese reducido escenario. Invasiones, guerras, revoluciones, intifadas… Todas esas calamidades causan un efecto inmediato tanto en los territorios vecinos como lejanos. Gaza ha sido desde hace siglos el epicentro de fenómenos que conmueven aún a las naciones y pueblos aledaños, como si sus placas tectónicas derrumbaran a los palacios y las chabolas en los países que les rodean. Sus habitantes, sea cual fuere su régimen político o religión, creen de antiguo que ganará quien más aguante.
Tras muchos siglos de dueños y de guerras, esa franja de tierra bañada por el Mediterráneo que mira también al África, se ha convertido en un alfil destructor de los países árabes, ambiciosos ellos de dominar el convulso mapa bélico de Oriente Medio. Su codicia secular en el tablero de una guerra perpetua asegura la estrategia de supervivencia a largo plazo y su réplica conquistadora a una distancia que desborda a la de sus adversarios. Ha pasado más de un siglo desde que la Franja de Gaza no conoce la paz, pero los musulmanes que hoy la pueblan, un aluvión de dos millones y medio de palestinos víctimas de la mayor catástrofe de su historia, confirman ahora su estrategia de supervivencia a largo plazo. Los terroristas de Hamás, confortados con el generoso suministro de dinero y armas que llegan a Gaza desde los países de sus aliados musulmanes (Irán, Siria y Líbano), siguen aplicando su estrategia más eficaz contra el poderoso ejército de Israel. Sin embargo, la verdadera bomba de esta contienda secular no es la puntería y la fortaleza de los misiles Kassam; es la demografía irrefrenable, que duplicará la población palestina en Gaza y Cisjordania antes de tres décadas.
La oscura perspectiva de este largo conflicto en apariencia eterno, a pesar de la nimiedad de los contendientes medida con la escala global de su poder, tuvo su origen el día de la proclamación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948. Con el apoyo de la ONU y el soporte diplomático y militar de las grandes potencias, que negaban entonces la creación de dos Estados en Palestina, Israel tomó el control del 78% del territorio palestino, mientras Jordania y Egipto repartieron el resto de una zona artificial y recortada: Gaza, Cisjordania y la parte oriental de Jerusalén.
El ataque de Hamás en Gaza ha relanzado los argumentos sobre la necesidad de crear un Estado palestino cuanto antes. Durante largo tiempo, se consideró que la única salida al conflicto palestino-israelí era un acuerdo sobre la entidad que debía rescatar los territorios ocupados por Israel, una fórmula diplomática colgada de un vacío legal frente al reto de todos los gobiernos de Israel, opuestos hasta hoy a conceder a la Autoridad Palestina constituirse en Estado. «Los palestinos son el pecado original de Israel», se lamentaba Shimon Peres, el Primer Ministro laborista. ¿Puede la Autoridad Palestina gobernar Gaza después de la guerra? ¿Pueden ser admisibles las milicias terroristas de Hamás? Los idiotas útiles de Hamás en Occidente, particularmente en las universidades, denuncian a Israel como una entidad colonial mientras cantan el himno mentiroso e imposible: «Desde el río Jordán hasta el mar, Palestina será libre».
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