Sonda espacial despegando. El Norte

Viaje al polo sur de la Luna

«A diferencia de otras rivalidades entre Estados Unidos y la Unión Soviética, enfrentados en aquellos años de Guerra Fría, la carrera espacial no estuvo azuzada por el deseo de expansión territorial»

Agustín Remesal

Valladolid

Sábado, 26 de agosto 2023, 00:21

Ninguna otra aventura humana ha convocado con mayor fascinación la locura del aventurero y la ambición del investigador: el viaje a la Luna. Ese destino imaginario inspira desde hace siglos a científicos, soñadores y poetas, gentes empeñadas en descubrir el camino y el método adecuado ... para pisar el satélite de la Tierra. Ese proyecto humano viene de lejos. Hasta aquella lejanía celeste, mundos de muerte y soledad, Dante elevó a las almas pecadoras montadas en una nube blanca; Voltaire describió en sus «Micromegas» el desorden de los extraterrestres; el clérigo inglés Francis Godwin subió hasta la Luna al aventurero español Domingo González, raudo viajero en carriola tirada por gansos gigantes; y Julio Verne metió al ingeniero Barbicane y al aventurero Ardan dentro de una bala de cañón gigante, lanzada desde Florida y atrapada en órbita fija alrededor de la Luna.

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Tanta ficción se hizo realidad científica el 20 de julio de 1969. El astronauta estadounidense Neil Armstrong se convirtió en la primera persona en caminar sobre la superficie de la Luna. El evento, transmitido por televisión, fue presenciado por 700 millones de personas en todo el mundo. A diferencia de otras rivalidades entre Estados Unidos y la Unión Soviética, enfrentados en aquellos años de Guerra Fría, la carrera espacial no estuvo azuzada por el deseo de expansión territorial. Tras sus exitosos aterrizajes lunares, Estados Unidos renunció al derecho de propiedad de cualquier parte del satélite. En 1970, la sonda soviética Lunojod-1 logró posarse al fin sobre la Luna. Su finalidad principal era investigar el suelo lunar, objetivo aplicado hasta hoy por todos los países que han logrado instalar allí sus instrumentos de observación. Desde aquel periodo de la Guerra Fría, se han sumado a esa carrera lunar los ingenios y programas lunares de China, Japón y la India, cuyo objetivo novedoso es el rastreo del polo sur del satélite en busca de agua, prescindiendo de los costosos planes de enviar allí a seres humanos. La NASA ha confirmado que hay allí más agua de lo que se creía.

La conquista de la Luna inauguró una nueva etapa el pasado miércoles 23 de agosto. El descenso de la sonda Chandrayaan-3, fue reduciendo su velocidad para aterrizar suavemente cerca del Polo Sur lunar, región todavía inexplorada donde, se supone, hay almacenada bajo el suelo arenoso gran cantidad de agua helada. El entusiasmo se ha apoderado del Gobierno indio y de sus 1.300 millones de habitantes, cuyo PIB per cápita no alcanza los 2.300 euros. La India es una potencia emergente a escala global, con fuerte influencia en la zona euroasiática, y un Estado con armas nucleares y discrepancias fronterizas. A pesar de esa contradicción estadística y su demografía desbordante, su arsenal nuclear y el programa espacial en progresión sitúan al país en un puesto preferente a escala mundial.

La agencia rusa Roscosmos, gestora de los programas espaciales, anunció el 20 de agosto la pérdida de su sonda Luna-25 que debía alcanzar el polo sur de la Luna. La sonda rusa que debía permanecer allí durante un año chocó contra el suelo lunar; tenía la misión de tomar muestras y analizar la orografía del satélite, en busca de los gigantescos bloques de hielo escondidos bajo la superficie lunar. Es este otro fracaso de la exploración espacial rusa que pone en entredicho la continuidad del proyecto, cuyo presupuesto ha sido revisado a consecuencia de los contingentes recortes impuestos por la guerra contra Ucrania.

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La era de la conquista de la Luna, más allá de los atisbos literarios de novelistas y poetas, comenzó hace más de sesenta años. Tuve la oportunidad de conocer y tratar a uno de aquellos pioneros del espacio, John Glenn, el primer estadounidense que orbitó la Tierra. Con su sonrisa de flamante explorador espacial que libró tres guerras, me guió durante una jornada entre los misterios del Centro Espacial de la NASA en Houston, donde se entrenaba él, a sus 77 años, para pasar nueve días a bordo del transbordador 'Discovery' y medir la resistencia de un anciano astronauta. En 1962, el coronel Glenn fue lanzado al espacio en una cápsula que orbitó tres veces la Tierra. Sostenía que allí vio, desde su exigua carlinga, algo místico que le cambió la vida: veía - me dijo - unas esferas brillantes que bailaban alrededor de la cápsula, como ángeles. Murió a los 95 años y conservó siempre la magia de su lírica espacial.

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