![Utopías delirantes de Trump](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2025/02/07/1492162993-k6d-U2307930008580TH-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Como un director teatral que emplea en la escena la psicoterapia de grupo, Donald Trump, presidente de un imperio en crecimiento desde hace más de dos siglos, anuncia a escala universal su estrategia para resolver el problema con su dramaturgia política y los propios conflictos ... patológicos: la construcción de una 'Riviera' en Gaza para acabar con todas las guerras en el Oriente Medio, algunas centenarias, y solventar la situación del conficto imperdurable entre israelíes y palestinos. Si la propuesta no fuera tan amplia podría ser tenida por ridícula, pues sólo se alimenta de la estrategia altanera y confusa que el actual presidente de los Estados Unidos de América aplicó cuando dedicaba él su vocación arrogante de empresario neoyorquino a la construcción de rascacielos en la Gran Manzana.
Donald Trump maneja su talento presidencial con inteligencia edilicia, tan exaltada como provechosa, y su novísimo proyecto político: la reconstrucción de la banda de la costa mediterránea, la Franja de Gaza, donde han perdido la vida en año y medio más de cuarenta mil palestinos, herederos de un pueblo centenario. Poco se ajusta esa tierra soleada de Gaza, campo hoy de escombros y cementerios, a las condiciones de una Riviera italiana o francesa. Sin embargo, la codicia de Trump, siempre sin límites y nunca oculta, propone convertir los 360 kilómetros cuadrados de esa Franja en tierra de seguridad y lugar de recreo turístico. Su situación geográfica, cruce de caminos entre continentes, alimenta la avidez de quienes mantienen ya en el imperio americano la avaricia de instalar su ejército para dominar el territorio mundial. Tras un progreso militar irrefrenable, Estados Unidos de América cuenta hoy con dieciséis territorios asociados, cinco de los cuales ocupados de forma permanente bajo control militar, el más antiguo antes de España, la isla de Puerto Rico desde el año 1892.
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Tras las primeras semanas de su segunda estancia en la Casa Blanca ha necesitado el caudillo vanidoso Donald Trump para firmar más de doscientos decretos y órdenes, para publicar urbi et orbi los siguientes empeños inmediatos de su soñado imperio americano: la compra forzosa de Groenlandia, el asalto al Canal de Panamá, el cierre de la inmigración y la aplicación de altos derechos de aduana a México y Canadá y el novelesco proyecto de levantar en Gaza, hoy cementerio palestino, un bastión turístico y también militar a tenor de los anuncios de la estrategia de ese juego, método todopoderoso de Donald Trump. Su declarada intención anuncia, con esa imaginería de tramposo simpático, que los dos millones de palestinos que duermen hoy en Gaza bajo tiendas raídas serán realojados «en hermosas casas de Egipto y Jordania» que habrán de construirse, por supuesto. Esa banal promesa, según los mentores de Trump, lo pagarán los países del Golfo y tras un periodo de construcciones, algunos palestinos podrían regresar a la Franja convertida ya en 'Riviera'. También podrán visitar Gaza los israelíes, y sólo le falta a ese final feliz de una guerra inacabada la promesa para los más miserables: los palestinos podrán instalar allí sus mercadillos árabes bajo las palmeras. Nada han señalado aún los portavoces de la Casa Blanca acerca del uso de los túneles abiertos por los militantes de Hamás, quinientos kilómetros de galerías de cuyo arsenal allí guardado no se tiene noticia.
En este escenario tan confuso como propagandístico, la peculiaridad más conmovedora de Donald Trump es la lealtad a su profesión original. Él, presidente estadounidense que ejerce como de monarca, es uno de los mayores promotores de la construcción. Su personalidad, muchas veces excéntrica, transmite a sus proyectos una estética de excesos aptos para megalómanos. Desde su lealtad a esa profesión, Trump busca quizás la época del actor principal en la escena ramplona de su América, sucia y gansteril. Sabe levantar pirámides faraónicas y rascacielos en Manhattan; sin embargo, lo que él nunca podrá hacer en Gaza, hoy tierra de túneles y cementerios, es dar cobijo al miserable pueblo palestino.
Como si de navajos y sioux se tratase Donald Trump, político de escaso entendimiento que no conoce la tragedia palestina ni ha pisado los escombros, pretende renovar la historia: sostiene que, como en la épica del Oeste americano, la demolición de los edificios en ruinas y el vaciado total de su población por razones humanitarias abrirán el camino hacia la paz. Al cabo, el conflicto palestino-israelí es, desde hace un siglo, una cuestión de reparto de tierras, asunto notarial que nunca podrán ser divididas por el poder de las armas.
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