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Si hubiera que bautizar para la posteridad el símbolo de las noticias más notables y visuales durante la semana que hoy culmina, convendría poner en ... primera línea de las manifestaciones agrarias a escala europea al apero de mayor utilidad, prestancia y potencia tan poderosa: el tractor, esa máquina que, en todo su esplendor, ha dejado de labrar la tierra, se echa a la carretera y asalta autopistas y ciudades. A quienes guardamos en nuestra memoria infantil y pueblerina el perfil de aquellos Lanz de 28 caballos, fabricados en Getafe con patente alemana, nos conmueve esa rebelión motorizada de ganaderos y agricultores que asaltan, en su protesta desde hace dos semanas, las ciudades de los países de la Unión Europea, desde Polonia hasta Portugal.
Las consignas de esa gente del campo y de la granja denuncian otra vez a gritos y sin sangre, ante las oficinas de ministerios y comisionados de Bruselas, la inutilidad de las políticas agrarias por las que los poderosos distribuidores y comerciantes agrícolas les obligan a vender en pérdidas los productos de sus cosechas. Incapaces de cortar los tejemanejes del comercio agrícola mundial que rebajan sin razón los precios y las calidades, los gestores de la Unión Europea dan paso al suministro sin control de muchos productos comestibles desde terceros países en condiciones ilegales, menos severas a veces que las impuestas al desamparado ganadero o agricultor. Protestan ahora éstos con rabia y graves argumentos contra esa desgracia creciente y la inutilidad de las movilizaciones agrarias: rentabilidad a la baja y discordia entre instituciones europeas y gubernamentales.
La agricultura y la ganadería han marcado desde hace milenios el punto medular de la economía a escala mundial. Hace cuatro siglos un consejero del rey francés Enrique IV, adversario de Felipe II que le regaló el trono de Francia, concibió esta fórmula que serviría al monarca Borbón para restaurar su economía, resquebrajada por las guerras: «La arada y el pastoreo son los dos mamas de Francia, como las minas de plata en el Perú son el gran manantial de la economía de mi adversario Felipe II de España». La rabia europea más nutrida es ahora la tractorada de agricultores y ganaderos, dispuestos a pasar cuentas a sus gobernantes nacionales y a los altos mandos europeos de Bruselas. Más de treinta mil tractores han peinado en España, cargados con la ira del terruño calles, carreteras y autopistas, desde el Cantábrico al Atlántico y al Mediterráneo. Es difícil calcular el número de tractores que, durante esta semana, se echaron también a las carreteras de los veintisiete países de la Unión Europea con el mismo discurso en la protesta.
Sorprende en ese actual escenario continental de la gresca agraria la estética y la trasparencia de aquel color azul y violeta tirando de los tractores, como el de los Lanz de un pasado sentimental, sus altísimos tubos de escape y su columna de humo negro azuzado por el estruendoso ruido de tormenta. El silencioso tractor moderno, como las oficinas de los burócratas, no suelta truenos, pues goza de insonorización, aire acondicionado y música estereofónica. Sin embargo, la ira de los agricultores de tradición campesina pone de relieve las paradojas de un mundo con soporte vital: «queremos agricultores eficientes, capaces de alimentar a la población, a menor coste, preservando la naturaleza y el clima», avisa una octavilla distribuida por los manifestantes.
La mudanza de los tiempos y la ruina de las honradas labores del campo han sacado de la arada a los tractores. Libran estos días su batalla sobre el alquitrán de la autopista y resuelven otras penurias agrarias: el comercio justo de los productos de sus tierras y la ordenación de sus precios. El orgullo del agricultor y el ganadero ha surgido del alma campesina que participó en la construcción de una nueva identidad de esa profesión desdeñada y finalmente surgida de la modernización agraria.
El final de los campesinos, la abominación de su trabajo y la condena de sus condiciones laborales tuvieron el efecto de un rayo caído del cielo en los países desarrollados. La cólera de los agricultores revela aún hoy situaciones de angustia y sufrimiento de orígenes diversos, ya que el mundo agrícola es muy heterogéneo. El volcán agrícola está otra vez en erupción en la mayoría de países de la Unión Europea aunque, a pesar de las apariencias, nunca hasta ahora había brotado entre ellos un deseo tan épico de colaboración unitaria.
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