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Ningún otro signo de identidad marca con mayor determinación la esencia y el alma de un país que el mapa de sus propias fronteras. Desde ... que los geógrafos de la escuela francesa aplicaron hace un siglo un método científico para determinar las claves con que marcan sus fronteras los pueblos y naciones, el mito del rapto de Europa y su cartografía poética quedaron reducidos a la sublime crónica de Homero: Zeus, transformado en toro blanco, sedujo a una princesa fenicia en la playa de Sidón para transportarla a Creta, donde se convertiría en reina de la isla. La mitología perdió luego su belleza literaria, y los mapas que marcan las fronteras tomaron el mando de la historia humana. Aquellos antiguos atlas coloristas de viajes y descubrimientos, dibujados con la precisión y la legitimidad de los exploradores, trazaron hace siglos las nuevas rutas por tierra y mar y las fronteras de las naciones encontradas y conquistadas en esos periplos.
Ningún otro continente alcanzó antes que Europa tan precisa descripción cartográfica, aunque las guerras interminables variaron durante siglos el trazado de las fronteras que defendían las naciones. Sin embargo, ni las batallas y ni las permutas por herencia de la propiedad de esas tierras variaron el alma y la cultura de sus pobladores. Ese es el argumento del escritor checo Milan Kundera, fallecido esta semana en París, para defender su tesis de que el secuestro de Europa ha sido una desgraciada realidad palpable desde que Rusia impone la ley de su poder expansionista, sólo justificado por la reivindicación de su victoria en la II Guerra Mundial.
En este tiempo de tantos terremotos bélicos en Europa, Kundera, testigo de cargo privilegiado tras su expatriación voluntaria a París, escribió un alegato político contra las ansias de expansión de la Rusia soviética, aún vigente según el escritor, en este tiempo de guerra en Ucrania.
Milan Kundera resume su protesta inicial en el ensayo 'Un Occidente secuestrado. La tragedia de Europa central', publicado en España pocos meses antes de su muerte. He aquí sus argumentos contra esa tragedia. Durante el periodo de 'guerra fría', la Unión Soviética aplicó con determinación dictatorial su poderío militar en el este de Europa, desde Berlín hasta Vladivostok, en busca de un objetivo irrenunciable: los pequeños países de Centroeuropa, (Checoslovaquia, Hungría y Polonia) que disfrutaban de la máxima diversidad en el mínimo espacio. Esa estrategia del Kremlin se basa en la aplicación de una regla contraria: imponer la mínima diversidad en el máximo espacio. Los sueños imperiales de Rusia, avisa Kundera, alimentan el deseo de apoderarse de los pueblos más débiles. Las naciones acosadas, como ahora Ucrania, «aún no han perecido», como avisa el himno nacional polaco, pero se hace visible la vulnerabilidad de toda Europa por la ambición creciente de tal secuestro.
En una de sus escasas confidencias, Milan Kundera confiesa esta extraña sensación: «Estaba hojeando yo un libro sobre Hitler y al ver algunas de las fotografías me emocioné: me habían recordado el tiempo de mi infancia vivida durante la guerra. Algunos de mis parientes murieron en los campos de concentración de Hitler; pero ¿qué era su muerte en comparación con el hecho de que las fotografías de Hitler me habían recordado un tiempo pasado de mi vida, un tiempo que no volverá?» Y luego, la 'Primavera de Praga' de 1968, pequeñas naciones vulnerables encajadas entre Alemania y Rusia, proclamaron su deseo de Europa, su avidez de fundar una Europa 'archieuropea' ante el gran asombro de los europeos occidentales, que llevaban ya tiempo olvidándose de su vocación, de su identidad.
Hoy, la movilización de Ucrania es parte de esa historia europea hecha de amenazas y convulsiones, donde la común narrativa europea es una cuestión de supervivencia En los años en que Kundera escribió su ensayo y también hoy «todas las naciones europeas corren el riesgo de convertirse pronto en pequeñas naciones y sufrir el destino de estas. En ese sentido, el destino de Europa central aparece como la anticipación de un destino europeo derrotado, y su cultura adquiere los tonos de una derrota colectiva».
Como en la mitología homérica de Europa y su revelada trascendencia, el destino de las pequeñas naciones no tiene otra defensa sino su fortaleza cultural. Esa Europa triunfadora se salvará de la barbarie rusa solamente cuando su arte y su cultura se hayan convertido en propia historia. Los tiempos siempre son nuevos y los valores cambian a gran velocidad. Así se anuncia el 'eterno retorno' de Milan Kundera.
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