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La guerra sangrienta de Rusia contra Ucrania, otra contienda europea que está remodelando el mapa del Viejo Continente a golpe de cohetes y misiles, ... ha entrado en un proceso de aniquilación y reconquista. Mientras en las ciudades derruidas de Ucrania sus tropas se entregan con fervor a la defensa patriótica de su territorio demolido, los misiles rusos eligen cada mañana sus objetivos y están convirtiendo en escombreras las ciudades del enemigo ucraniano que mantiene la contienda con la moral muy alta en apariencia y la expectativa de más suministros de armas desde el occidente prometedor y vacilante. La contienda está remodelando aquella Europa del este en un grado profundo y no solo en el campo de batalla, donde se enfrentan dos ejércitos de muy distintos intereses, sentimientos y estímulos.
Nunca hubo en la vieja Europa una tan densa y jubilosa actividad diplomática como en estos días. Los líderes de cuarenta y cinco países, desde Gran Bretaña hasta Georgia, se reunieron el pasado jueves en el Castillo Mimi de Moldavia, a sólo 20 kilómetros de la frontera con Ucrania, para debatir la estrategia de una seguridad colectiva y una tregua poco probable. El riesgo es máximo y Moldavia cerró su espacio aéreo durante el tiempo de la reunión. Desde que un dron ucraniano cayera sobre Moscú el martes, el perímetro de la guerra se está expandiendo lentamente, convirtiendo la hostilidad entre Ucrania y Rusia en una operación bélica sin límites. Un ataque quizás ucraniano tuvo como objetivo una refinería situada cerca del puerto ruso de Novorossiysk. Hace unos días la región de Belgorod, al otro lado de la frontera rusa, fue blanco también de drones ucranianos e incluso de una incursión armada. Estas operaciones no han sido reclamadas por Ucrania, lo que mantiene el anonimato en esa cadena de responsabilidades; pero el Kremlin ha amenazado ya con ampliar también el espacio de sus ataques. El perímetro de la guerra se está expandiendo y las noticias de esa nueva violencia desatada están convirtiéndose en el foco de la información cotidiana.
Moscú es también objetivo cotidiano de los drones ucranios que son interceptados por la defensa aérea antes de alcanzar sus objetivos en la capital rusa, mientras en las regiones fronterizas con Ucrania aumentan los intentos de incursión y los actos de sabotaje. Ha comenzado la práctica del engaño mutuo a pequeña escala de los dos contendientes: los rusos lanzan cada día decenas de misiles sobre Kiev y acusan al gobierno ucraniano de querer asesinar a Vladimir Putin. El ruido de la guerra resuena con fuerza por vez primera en la capital rusa, pero el presidente Volodymyr Zelensky niega cualquier responsabilidad de esos ataques contra el Kremlin.
Ante tal panorama de confusión y expectativas dudosas, Vladimir Putin aparece ahora, en la opinión de sus disidentes políticos, como el comandante ausente de la Rusia sagrada, tratando la guerra contra Ucrania como su anunciada «operación especial» desafortunada y distante. Su probabilidad de eterna permanencia en el poder se ha reducido, aunque sigue imponiendo con mano dura su autoridad despótica frente a sus adversarios. Su margen de maniobra militar, económica y política se ha reducido, pero Putin tiene aún potencial para seguir y llevar a cabo una guerra prolongada.
El futuro de esa agitada Europa del este será el de los pueblos sin historia, a los que se les negó su existencia y libertad. Cayó el muro de Berlín, se acabó la guerra fría y resucitaron los países del entorno soviético que habían sido privados de su propia historia. Vladimir Putin, el líder que nació en las cenizas de la Rusia comunista, ha echado el cerrojo en el Kremlin para salvar el último bastión de su dictadura. En ese remedo histórico, la situación del presidente ruso es tan enigmática y compleja que bien merece ser analizada como un vaticinio a través de la mitología griega y la guía de un pesquisidor excelente, el sagaz Jorge Luis Borges. He aquí resumido su veredicto: «Cuentan los hombres dignos de fe que un rey de la islas de Babilonia mandó construir un alto laberinto de muros rojos, en cuyo centro reinaba un Minotauro con cabeza de toro. Los varones más prudentes no se atrevían a entrar allí…». (El Aleph). Las desiertas galerías laberínticas del Kremlin y el mito sangriento de la bestia muerta guardan quizás el secreto de otra tragedia milenaria helénica.
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