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Desde los puentes de París, miradores sobre el Sena entre el de Sully hasta el de Birhakeim, pasando por el de Alejandro III y el de las Artes, los muelles del Sena esconden en sus piedras bajo el sosiego del agua las más notables crónicas ... históricas de la capital francesa, hasta la estrechez del puente Nuevo que mira a la catedral aún malherida. He ahí el más hermoso escenario de la capital francesa, vía fluvial ayer ruta y balcón de la fiesta inaugural de los Juegos de la XXXIII Olimpiada. Nunca se había congregado antes allí tal multitud de insignes personajes y gentes viajeras que asaltan estos días a París para asistir al espectáculo del deporte mundial: más de quince millones de visitantes acudirán a la exhibición radiante de los atletas, jugadores y gimnastas, héroes que miran a los ojos de los dioses.
Los antiguos Juegos Olímpicos helenos eran muy simples y diferentes a la exhibición esplendorosa de los modernos. Aquella ciudad del Peloponeso griego, Olimpia rodeada de pequeños estados divididos entre la poderosa y culta Atenas frente a la belicosa Esparta, fue durante doce siglos la sede del espectáculo deportivo. Solo los hombres libres que hablaban griego podían competir en aquellas exhibiciones que se celebraban siempre en aquella ciudad. Los atletas, llegados a Olimpia desde los estados beligerantes, a veces tras una guerra suspendida durante un año, competían desnudos probablemente para tener total libertad de movimientos o quizás obligados a mostrar el control de su sexo: se prohibía la participación de las mujeres en aquel pugilato, cuyo verdadero premio para los ganadores eran la gloria, la fama y la inmortalidad.
Las crónicas milenarias cuentan el origen de la llamada 'paz olímpica', la consulta que el arquero Ífito, rey de Élide, hizo al Oráculo de Delfos, buscándole consejo sobre cómo acabar con las guerras que asolaban a Grecia. El Oráculo le recomendó que sustituyera el fragor y la sangre de la batalla por competiciones deportivas premiadas y amistosas. Según su versión mitológica, la tradición sitúa a ese monarca como el fundador del olimpismo. La tregua olímpica aplicada durante dos siglos incluyó sólo atletas del Peloponeso, pero posteriormente se amplió a todas las ciudades griegas que deseasen participar en los juegos. Si una ciudad no se sometía a esa norma, quedaba excluida de la participación en los Juegos Olímpicos y si, habiéndola aceptado, violaba la tregua, debía pagar importantes multas y sus jefes eran expulsados.
El olimpismo fue vedado tras la imposición del cristianismo, religión oficial del Imperio romano, por un edicto del emperador Teodosio que prohibía toda celebración pagana. Un milenio y medio más tarde, tras el fragor de la Guerra franco-prusiana en la que murieron 180.000 soldados franceses y alemanes, Pierre de Coubertin fundó en París los Juegos Olímpicos modernos en 1894, junto al escritor griego y primer presidente del Comité Olímpico Internacional Dimitrios Vikelas. Coubertin hizo carrera militar en la Academia de Saint Cyr, fundada por Napoleón Bonaparte, y se interesó en el empleo del deporte como objetivo para «regenerar la raza francesa mediante la reeducación física y moral de las futuras elites del país».
Pierre de Coubertin fue un aristócrata xenófobo, racista y colonialista. En un contradictorio ejercicio de desmemoria, los Juegos Olímpicos de París se empeñan ahora en borrar el recuerdo del complejo Barón de Coubertin, nacido justamente al borde del Sena, al que se le niega ahora su entrada en el Panteón de personajes ilustres. Muchos países utilizan hoy el deporte como una extensión del combate armado con ideas ultranacionalistas, y esta deriva causará ahora probablemente problemas durante los Juegos Olímpicos parisinos. Es difícil determinar qué pasará cuando un israelí se enfrente a un atleta de un país árabe-musulmán, o los rusos cuando desafíen a los ucranianos. No se puede apostar a que habrá tregua alguna en los Juegos de París 2024, porque ninguna guerra cesará probablemente ni en Ucrania, ni en Armenia, ni en Gaza. Y sin embargo, Emmanuel Macron sí tiene en ese evento deportivo inaugurado ayer con tanta brillantez una oportunidad para desencadenar iniciativas diplomáticas: todo el mundo mira a París y muchos jefes de Estado y de Gobierno están allí. Mirando a Grecia, país olímpico número uno, siempre nos quedarán las piedras de Olimpia: la solemnidad del arco de entrada, la precisión del estadio, la geometría elegante de la palestra… Ninguna tregua navega sobre las aguas tranquilas del Sena.
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