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La noticia cotidiana del cruel enfrentamiento entre israelíes y palestinos inunda los periódicos y las televisiones como si ese brutal desafío entre dos pueblos condenados ... a ser vecinos pudiera tener un alcance universal. Esta guerra de Israel contra Hamás en Gaza, una de las hostilidades más sangrientas allí durante 75 años colmados de odio en tierra tan disputada, es un enfrentamiento que se repite una y otra vez irremisiblemente y merece el análisis desde una perspectiva global. La beligerancia brutal en estos días entre israelíes y palestinos es otro eslabón de una misma cadena, cuya crónica sangrienta se revela insoportable al contemplar el escenario de un territorio donde tanto odio compartido, hostilidad y muerte echaron raíces en esa tierra que fuera de los filisteos.
La historia de Israel nutre su relato en la sucesión de guerras contra sus vecinos árabes. La Hágana, organización paramilitar de autodefensa judía creada en 1920 durante la época del Mandato británico, rompió el vidrio de la sumisión del pueblo judío frente a los palestinos como consecuencia de los pogromos realizados por parte de la población musulmana. El ejército israelí, organizado pocos meses después de la fundación del Estado de Israel en 1948, libró dos guerras fundacionales (las llamada de 'Los Seis Días' y del 'Yom Kipur'), que establecieron nuevas fronteras ocupando territorios palestinos, desde las sagradas tierras de Galilea y el mar de Tiberiades hasta los resecos desiertos del Neguev. Y así se fueron marcando los límites de Israel, siempre expansivos a cuenta de los territorios palestinos durante setenta años, un ejercicio bélico e inacabado de fronteras.
Dos generales israelíes, Moshe Dayan y Yitzhak Rabin, establecieron en 1958 nuevas fronteras y los términos del dilema de Israel al que se enfrentaban con Gaza. A pesar de aquella guerra permanente en los años de odio y muerte inaplazables se oían también palabras de paz y armonía. He aquí el panegírico del general Dayan, héroe de tantas batallas en el Sinaí y estratega para la ocupación de la Gaza, pronunciado ante el cadáver de un soldado israelí asesinado por un palestino que había cruzado en clandestinidad la valla de la Franja: «¿Qué sabemos del odio salvaje de los palestinos hacia nosotros? Llevan ellos ocho años viviendo en Gaza en campos de refugiados, mientras nosotros nos apoderamos ante sus ojos de las tierras y de sus aldeas donde vivieron ellos y sus antepasados. No es a los árabes de Gaza a quienes debemos pedir el precio de la sangre, sino a nosotros mismos. Tras de esta frontera, se extiende un océano de odio y venganza». El polvorín de Gaza, sepultado estos días bajo la tierra en los túneles excavados por Hamás y el permanente y descomunal bombardeo israelí amenaza cualquier entendimiento entre israelíes y palestinos.
Por uno de los hechos históricos imprevistos en ese territorio de tantas calamidades como esperanzas, la aversión y el odio secular entre palestino y judíos tocó fondo en agosto del año 2006. El presidente Ariel Sharon ordenó la retirada de los 8000 colonos judíos establecidos en Gaza, llevados allí con la Tora entre las manos como pioneros de una tierra prometida, aunque enfrentados a la permanente amenaza palestina. Aquella retirada de los israelíes asentados en sus veintiuna colonias de la Franja, anestesió la violencia entre los dos pueblos irredentos, pero dejó en el aire demasiadas incógnitas. El posterior éxito electoral de Hamás y los potentes cohetes kassam servidos desde Irán abrieron en Gaza una inesperada época de poderío musulmán.
El ejército israelí está cerrando los túneles para aniquilar a los terroristas de Hamás escondidos en sus trincheras subterráneas. ¿Se puede obligar a quienes viven en un cerco permanente que se entiendan y practiquen la esperanza en paz, como si vivieran en un paraíso? En Gaza no se ven ni colinas ni arroyos, y el único lujo orográfico allí es su paupérrimo puerto marítimo, un malecón quebrantado que aloja solamente a una decena de exiguos barcos pesqueros. En esa cárcel sin techo los ciudadanos de Gaza, en su huida hacia ninguna parte se sienten tan cercados como los escasos árboles que marcan el terreno de los campamentos, donde esos desesperados palestinos se hacinan huyendo de la guerra empujados por una leve esperanza de sobrevivir. Será largo tal sufrimiento, como si se recelara de ellos, encerrados en una jaula gigante.
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