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El ejercicio de la política en Francia, una de las actividades y diversiones más populares y exquisitas que se practica con el mismo empeño en ... la Asamblea Nacional y en el bistró de la esquina, ha exigido el largo plazo de cincuenta días para sacar de un inusitado enredo partidista a esta nación, tan depurada en reinados y revoluciones. Ni el largo plazo de la ceremonia mundial de unas recientes Olimpiadas fastuosas rebajó el termómetro de las estrategias cruzadas entre una decena de partidos políticos, dispuestos a rebatir cada día las propuestas del presidente Enmanuel Macron para asegurar la gobernabilidad de esta república, hoy tan erosionada y rota. Como un estratega a la antigua de nuevo cuño, acorralado en el Palacio del Elíseo por la amenaza de sus adversarios políticos, más de la mitad del arco parlamentario, el presidente llevó a cabo durante siete semanas una retahíla de audiencias para limar su enfrentamiento radical con cada uno de los partidos para salir de la cueva en que está encerrado, silencioso y acosado sin indulgencia por el clamor insoportable de la calle.
Tres semanas densas de entrevistas secretas con los gerifaltes más visibles y los líderes en la sombra de todos los partidos desembocaron el pasado jueves en una celebración ingenua y oficial, en la clave más secreta del largo camino que habrá de traer la gobernabilidad de la nación cuarteada por la división balcanizada de los partidos y el clima ingobernable en la Asamblea Nacional. Con la sutileza de quien ha venido aplicando su estilo reglamentado en su política interior, Enmanuel Macron canjeó su ideología, el estilo del lenguaje pulcro y la edad avanzada para nombrar como primer ministro a Michel Barnier, un veterano y avezado político de la más pura rama conservadora que sustituye a la de un joven treintañero, Gabriel Atall, servidor entusiasta, sutil y arduo en el periodo político transitorio desde las fraccionarias elecciones legislativas frente a la amenaza de una muy probable victoria de la extrema derecha.
La amargura del rozagante y fiel G. Atall contrasta con los setenta y tres años y la prolongada carrera política de M. Barnier, cuya distancia con las ideas y proyectos del presidente Macron son sin embargo firmes y dilatadas. La biografía política de Barnier, líder de ambiciones modestas, arranca con la gestión de sus cargos municipales, en su tierra natal de Saboya, y su elección del diputado brillante de aquella región histórica y limítrofe cuando apenas él veintisiete años de edad. De aquel despacho suyo en la Asamblea Nacional, reducido y colmado de libros, me viene a la memoria: la escena de la entrevista acerca del papel de España en la Comunidad Europea, que me concedió él amablemente para ser emitida en el Telediario de TVE: la estirada figura de aquel joven diputado exhibía el perfil de un jugador de balón cesto, la ilusión en el rostro del neófito y su trato ambicioso de quien se dispone a llegar muy lejos. M. Barnier fue cuatro veces ministro en las filas conservadoras y Comisario de la Unión Europea que le encargó llevar a cabo como presidente la redacción de los acuerdos del Brexit con Gran Bretaña.
A pesar de las profundas diferencias ideológicas con su inesperado primer ministro, nombrado por él mismo, el presidente Enmanuel Macron ha instalado con Barnier el complejo escalón político presidido por su eventual adversario, el cual tiene como objetivo urgente entregarse en el latente más que en el hablar o debatir. La exagerada división del hemiciclo que ahoga todo acuerdo en la Asamblea Nacional precisa una nueva fórmula de gobernación y de entendimiento, consensuado entre todos los escaños del hemiciclo parcelados y sin posibilidades de consenso partidario.
El presidente Macron había anunciado hace meses, entre otras mejoras antes de decidir su alianza con los republicanos más exigentes, una tregua de cien días para frenar la ira de los ciudadanos que se sienten maltratados en sus justos derechos adquiridos, como el de la fórmula exigida por los sindicatos para calcular la cuantía y los plazos de las pensiones que deben gozar los trabajadores tras su jubilación. La ley dictada por Macron, valiéndose de un artículo de la Constitución republicana que adjudica al presidente de la República poderes de monarca, por encima de la Asamblea Nacional, fue al fin el imposible entendimiento en conflictos sociales. El brillante Primer Ministro Barnier, siguiendo el sosiego del ajedrez planteado por Macron, afirma que se conforma por ahora con moderar la revuelta.
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