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Como un Napoleón de nuevo cuño, acorralado por la rabia de sus adversarios, el presidente francés Enmanuel Macron inició esta semana una nueva estrategia en ... el enfrentamiento radical con los sindicatos para salir de la cueva en que está encerrado y acosado por el clamor insoportable de la calle. El presidente francés ha anunciado una tregua de cien días para frenar la ira de los ciudadanos que se sienten maltratados en sus derechos adquiridos para calcular la cuantía y los plazos de las pensiones que deben gozar tras su jubilación.
La ley dictada por Macron, valiéndose de un artículo de la Constitución que adjudica al presidente de la República poderes de monarca, por encima de la Asamblea Nacional, retrasa dos años el necesario periodo de cotización exigido a los trabajadores para adquirir su derecho de obtener la máxima pensión de su jubilación.
Más allá de las sorpresas, de las sucesivas promesas y de la violencia en las calles de las grandes ciudades, emerge contra él un relato paralelo del que sale maltrecho día tras día el brillante presidente Macron, que alcanzó el poder absoluto y la gloria deslumbrante hace un lustro tras fundar su partido centrista en unos pocos meses. La crónica de ese poder institucional acelera los acontecimientos y, como ahora muestran las encuestas, se quiebra sin remedio. Cuatro de cada cinco ciudadanos describen al presidente como un líder perdido y sin causa que solicita una prórroga de cien días, la misma que el emperador Bonaparte empleó en su viaje desde la prisión en la isla de Elba hasta París para rescatar su corona perdida. Con ese mismo plazo mítico e inicial de su segundo mandato pretende actuar ahora Macron para acallar la algarabía de la calle y doblegar a los sindicatos franceses más indomables, asociados todos ellos ahora por vez primera para defender los derechos de los trabajadores.
La ley firmada por Emmanuel Macron que provocó la violencia callejera prevé elevar la edad legal de jubilación a 64 años, dos más que la aplicada hasta ahora, considerada obsoleta e insostenible por el presidente, porque «la vida de los ciudadanos es cada día más larga y saludable».
Decidido a acallar la agitación y las manifestaciones violentas, a ritmo de caceroladas en las grandes ciudades, el presidente debilitado se dispone a enfrentar el conflicto tras la anunciada protesta sindical del 1 de mayo, Día del Trabajo. Los líderes sindicales anuncian esa respuesta masiva que acrecentará la tensión en Francia, cuya virulencia es considerada por muchos analistas como la de mayor calado político y social desde las manifestaciones estudiantiles de mayo de 1968 y las algaradas anticolonialistas durante el brutal proceso de la independencia de Argelia.
Las bien remuneradas pensiones de jubilación que soporta la administración del Estado en Francia es uno de los orgullos de sus ciudadanos. Fui un día testigo silencioso, hace quizás treinta años, de una escena admirable en el aeropuerto de Orly: una decena de emigrantes españoles despedían con lágrimas en los ojos a una pareja de gallegos, todos amigos, que regresaban a su pueblo tras haber ejercido de emigrantes con saudade en París durante 43 años. Entonaban todos una canción emocionada y una mujer llorosa los despidió solemnemente con esta admirable consigna en lenguaje 'franpañol' agallegado: «–Ais traballado moito, e agora... ¡Ala!: a profitar de la retreta». Medio millón de españoles, exiliados tras la Guerra Civil y emigrantes en los años de la dictadura franquista, ganaron su generosa jubilación en las fábricas y los campos de Francia.
La postrera gloria de Napoleón brilló durante aquellos famosos 'Cien Días' anteriores a la batalla de Waterloo, el plazo símbolo de una derrota que cantan los niños franceses en la escuela. Con esa sutil y divertida prórroga cargada de ironía, inaugurará Macron dentro de una semana el segundo año de su segundo mandato, agobiado por una impopularidad que corre el riesgo de cortarle todos los caminos durante los cuatro años restantes. Los 'Cien Días' desgraciados de Bonaparte pasaron a la memoria histórica como un episodio que terminó fatalmente para su instigador en la batalla de Waterloo.
Los mensajes subliminales dirigidos a sus súbditos estos días aciagos por el Presidente de la República abre un periodo político en Francia particularmente complejo, rápido y violento: todo comienza hoy, pero todo puede terminar mal y mañana.
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