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A veces la crónica política pierde su fundamento en los laberintos de sus protagonistas raros y en apariencia secundarios, que esconden la verdadera realidad de los hechos tan complejos como exigen unas elecciones a escala continental. Antes de que la máscara del personaje de la ... película 'V de Vendetta', cuya trama tiene lugar en un futuro ficticio durante la destrucción de un estado fascista en Inglaterra, colmara el pasado lunes las páginas de los periódicos más suspicaces de las Unión Europea, el editorialista del italiano 'Corriere della sera' Aldo Cazzullo contó en pormenor la hazaña de un tal Alvise Pérez Fernández, andaluz y avispado. Mi estimado colega Cazzullo, periodista y escritor de gran prestigio, descubre a los lectores en su crónica de las elecciones europeas el bandidaje mafioso del joven capo español remejido con su fructífera astucia de influencer. «Se acabó la fiesta», proclamó el fundador del partido político, así autobautizado hace apenas unas semanas, que obtuvo más de 800.000 votos y tres diputados en los comicios europeos del domingo pasado. Sin entrar en delicadezas, el Aldo Cazzullo lo clasifica como «un novísimo movimiento hiperliberal cuyos principios y estrategias pertenecen a la escuela de Javier Milei, el presidente argentino de la motosierra». Ese artero perfil de Alvise Pérez y sus causas judiciales pendientes, más de una decena, quedarán encubiertas por su inmunidad parlamentaria tras el escudo del Parlamento Europeo en Bruselas. La campana de ese arrebato populista del presunto delincuente andaluz, concluye Cazzullo, hubiera repicado con el mismo entusiasmo en la política y el electorado italianos.
La histórica Comunidad Económica Europea, creada por seis países hace sesenta y seis años, ha alcanzado ya un escenario de dimensión continental y se rige aún con las ambiciosas leyes de una decena de estatutos fundacionales capaces de gobernar a 450 millones de ciudadanos. A pesar de las profundas y divergentes peculiaridades de los 350 millones de votantes, eligieron el domingo pasado a los 705 eurodiputados que representan a sus 27 países soberanos, suman una superficie de 4000 kilómetros cuadrados, ocupan una geografía múltiple desde el Polo Norte hasta el mar Mediterráneo y cruzan sus ideas y creencias en veinticuatro lenguas oficiales. La diversidad de la cultura política, la del sentimiento colectivo y la participación electoral del pasado domingo marcan profundas diferencias: en trece países votaron más del 50 por ciento de los electores y en cabeza dos socios comunitarios fundacionales con voto obligatorio por ley con más del 90 por ciento de votantes: Bélgica y Luxemburgo. Los países con una participación inferior al 30 por ciento del electorado, Eslovaquia y Croacia, mantienen ese alejamiento que comparten los últimos miembros asociados del bloque comunista. El dato significativo tras dos años de muy baja participación en toda la Unión Europea es un ligero aumento global en las elecciones del 2024.
En un mundo violento y versátil, la seguridad de la Europa occidental se encuentra hoy en una situación alarmante. En Ucrania continúa la guerra más sangrienta del Viejo Continente desde 1945, mientras Rusia lanza sus amenazas bélicas para el obtener el control de los países bálticos y del ciberespacio. La economía de la Unión Europea es también vulnerable en las crisis causadas por la política industrial y el proteccionismo de China, cuya política comercial muestra más y más cada día, desde su eficaz gobernación dictatorial, el avance del sometimiento a toda costa de la economía europea. Para afrontar esos riesgos y peligros, la Unión Europea necesita un liderazgo coherente, al mismo nivel de su potencia económica.
En las elecciones europeas del 9 de junio se produjo un espectacular ascenso de la extrema derecha de esa Europa occidental democrática. El Parlamento Europeo está ahora sólidamente anclado al rumbo de la ultraderecha política y con filas más amplias que en la anterior legislatura, aunque por el momento están divididas en grupos heterogéneos. Que tenga éxito el despliegue de un centralismo ideológico depende en parte de tres lideresas: Ursula von der Leyen, exministra la Unión Demócrata Cristiana alemana (CDU) y actual presidenta de la Comisión Europea; Giorgia Meloni, fundadora del partido de ultraderecha FDI (Hermanos de Italia) y primera ministra de Italia; y Marine Le Pen, líder populista cuyo partido Agrupación Nacional, xenófobo y racista, podría alcanzar el poder gubernamental en Francia dentro de tres semanas si consigue una alianza con la derecha tradicional gaullista. El presidente Macron ha convocado elecciones generales y ha echado los dados sobre la mesa.
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