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Tras un debate encarnizado, los paleontólogos han llegado a la arriesgada conclusión de que los dinosaurios tenían labios, un tejido blando que protegía su boca ... y humedecía los dientes. Como demostró Steven Spielberg en su Parque Jurásico, esos reptiles desaparecieron de la faz de la tierra hace 66 millones de años. Así que no es probable que la estampa de su rostro fuera heredada por los cocodrilos contemporáneos, como pretenden demostrar estos días con sus insultos contra Donald Trump algunos comentaristas políticos cuando hacen mofa de su perfil facial y de sus deslices íntimos que examinan los tribunales de justicia.
Ante la sede del Tribunal Penal de Manhattan encargado de juzgar los treinta y cuatro delitos de que es acusado, se concentraron hace cuatro días los piquetes bravucones del pistolero Donald Trump, silencioso y desabrido él, para celebrar el regreso a su Nueva York. La escenografía de esa comparecencia judicial del ex-presidente siguió el guión de un reality show. La policía había levantado barreras metálicas para separar a los fanáticos de Trump de sus adversarios, y los dos bandos gritaron insultos delirantes desde el otro lado de las barricadas. Fue una demostración visual y sonora de las variadas identidades en que está roto el país. Los medios de comunicación llenaron el cielo de Manhattan de drones y helicópteros, con el fin de transmitir la escena en directo desde el aire. El acusado, con la escolta de sus cuatro abogados, mantuvo enhiesto ante el juez su perfil de esfinge amenazante y su belfo equino congelado.
Juan Merchan se llama el magistrado, natural de Colombia y emigrante. «Usted me odia», disparó contra él hace unos días el vaquero Donald desafiante desde una de sus múltiples redes, la llamada «Truth Social» que él usa para insultar disparando infundios contra sus adversarios sin pudor y sin causa.
Es admirable el formulario de esas burlas y el nivel del lenguaje misérrimo con el que Donald Trump usa el idioma inglés. Compone sus tuits con una estructura gramatical simplicísima: dos declaraciones breves, una palabra emotiva y una exclamación grosera. Pero la mayor invención de su literatura en internet son los apodos en clave de insultos con los que bautiza a sus enemigos: «Little Marco» (el senador por Florida Marco Rubio; »Crooked Hillary» (su adversaria, la candidata demócrata Hillary); «Rocket Man» (Kim Jong, presidente de Corea del Norte) y »Lyin' Ted» (otro adversario, el senador Ted Cruz).
La bravuconería del belicoso expresidente de los Estados Unidos no debería sorprender a nadie; buscó peleas a lo largo de las primarias republicanas, repartió apodos e insultos desde a sus oponentes la Casa Blanca en busca de nuevos adversarios.
Donald Trump, el candidato indestructible por ahora, tiene una visión sombría de la naturaleza humana, y la explota con astucia. Es el mejor protagonista de todas las petulancias imaginables cuando fue acusado por un Gran Jurado, en una investigación por el pago de dinero para silenciar a una estrella porno con la que mantuvo durante varios años una relación sentimental, y pretende regresar a la Casa Blanca con la marca del partido de Abraham Lincoln, cuya distancia de ideas es infinita. Trump utiliza ya el espionaje contra sus adversarios en campaña electoral y podría gobernar desde la cárcel si es reelegido.
Las tretas para ganar guerras y elecciones ha sido siempre el mejor método político y el más admirado en Estados Unidos. Durante la guerra de Cuba en 1898, un muñeco de aquella época dorada del comic llamado «Yellow Kid» fue patrocinado por William Randolph Hearst (Ciudadano Kane) para atizar la beligerancia de Estados Unidos contra España. Aquel niño inocente vestido con camisón amarillo, los dientes largos, la sonrisa tonta y las orejas grandes, pregonaba cada mañana en el periódico belicista «New York Journal» las vilezas de los españoles y la bravura de los Rough Riders (Jinetes Crueles) del coronel Tedy Roosevelt, quien sería presidente de Estados Unidos tres años después.
Con el arrojo de un «Yellow Kid» de viñeta, se presentó él en Nueva York, ganada la guerra, disparando en sus mítines de campaña electoral la pistola usada en sus batallas contra los españoles. Las caricaturas de Trump muestran en los periódicos al ex presidente con la cabeza gorda, su pelo rubio alborotado, la boca abierta y gritona, su autoridad de faraón y en uniforme nazi, entre otras cualidades peligrosas. El «Yellow Kid» se echaría hoy a llorar.
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