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El siete de octubre del pasado año, una facción bien armada y entrenada de Hamás masacró al Israel más laico y de izquierdas. En aquel ... asalto nocturno y de improviso, sus comandos de terroristas islámicos, instalados en la Franja de Gaza desde hace más de tres décadas, asesinaron a los jóvenes que asistían a un concierto de rock y a los habitantes de los kibutz que mantienen los preceptos civiles de los pioneros, aquellos judíos inmigrantes que llevaron a Israel el dolor de la mayor tribulación existencial del judaísmo, el exterminio nazi, y la proclamación de la independencia en 1948. Más de 1.400 israelíes murieron aquella noche en la bárbara masacre lanzada por Hamás, el movimiento radical islamista considerado terrorista por el Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Europea. La réplica destructora y tardía del ejército israelí provocó la muerte de 35.000 palestinos en la Franja de Gaza, la mitad menores de edad, a los que hay que sumar unos 77.000 heridos y un número indeterminado de víctimas, aún bajo los escombros de las ciudades destruidas que ocupan la mitad de la superficie de la Franja.
El primer responsable de esa hecatombe política y militar de Israel y de la fortaleza creciente en Gaza de ese reto llamado Hamastán es el Primer Ministro Benjamín Netanyahu. Tras su vuelta al poder en el 2009, autorizó la financiación oculta de Hamás, el partido islamista con sede en Gaza que había ganado dos años antes las elecciones frente a la Autoridad Palestina instalada en Ramalah (Cisjordania). Hamás recibía entonces enormes subvenciones de los países musulmanes, especialmente de Irán, que se destinaron a la creación de un arsenal defensivo con los cohetes tierra-aire que llegaban a la Franja a través de una red de túneles excavados en la frontera con Egipto. Netanyahu y su partido conservador, el Likud, aliado con los dos partidos religiosos comprados con notables subvenciones, ha ganado cinco plebiscitos consecutivos y acelerado la ocupación de Cisjordania, el territorio palestino donde se han instalado ya unas trescientas colonias, la mayoría gestionadas por organizaciones religiosas judías.
Para debilitar las exigencias de la Autoridad Palestina aplastada por Hamás, Netanyahu se opuso a las operaciones puntuales para liquidar a los líderes de los terroristas, bien instalados en Gaza. El mensaje que transmitía el gobierno a sus fuerzas de seguridad era el siguiente: no se considera a Hamás como una amenaza existencial frente a Israel. Ese equívoco distorsionó los diagnósticos de los servicios de inteligencia israelíes. Antes del siete de octubre, el gobierno y sus órganos de espionaje consideraban que el principal peligro para Israel no se encontraba en Gaza, sino en Cisjordania y, con esa premisa política, el Estado Mayor del ejército desplegó sus fuerzas más eficaces para garantizar la seguridad de los colonos israelíes en Cisjordania. Esa estrategia israelí fue clara y dividida: en Gaza, entregada a Hamás, la Autoridad Palestina fue abolida, y en Cisjordania está debilitada. El gobierno de Abu Mazen controla un 20% del territorio de Cisjordania, otro 20% está bajo administración conjunta palestina e israelí y el 60% restante son territorios palestinos que irán cayendo paulatinamente en manos de los colonos judíos.
Desde hace una década, el manual del gobierno israelí sostenía hasta hace siete meses que el integrismo mesiánico (judío) y el fundamentalismo islámico son aliados objetivos. En marzo de 2019, el presidente Netanyahu explicó con estos argumentos a los diputados del Likud la división de sus adversarios: «Israel está cercado por enemigos desde el día de la promulgación de su independencia. Cualquier persona que esté en contra de la existencia de un Estado palestino debe apoyar el refuerzo de Hamás y respetar la transferencia de fondos a Hamás. Mantener una separación entre la Autoridad Palestina en Cisjordana y Hamás en Gaza sirve para impedir la creación de un Estado palestino».
Para mantenerse en el poder y evitar una pena de cárcel por cargos de corrupción, Netanyahu ha creado una coalición de gobierno con supremacistas judíos de extrema derecha y concesiones a los rabinos ultra-ortodoxos cuyos discípulos se niegan a servir en el ejército. La guerra de Gaza, tierra palestina cercada y pueblo encarcelado en imagen cotidiana, ha puesto en entredicho el principal objetivo político de Netanyahu: impedir la creación del Estado Palestino. Hamás es su mayor enemigo visible, pero bajo el suelo de la diplomacia su adversario más poderoso es la Autoridad Palestina y su expansión internacional.
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