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La guerra, esa fascinación humana por ganar tierras, poderes y honra que arrastran los hombres desde su nacimiento hasta la muerte, agita el ansia de ... riquezas y de venganza, según las crónicas bélicas. La primera guerra registrada en los archivos históricos se libró en Mesopotamia hacia el año 2700 a.C. En esa amplia región asiática que alcanza el Mediterráneo, el rey sumerio Enembaragesi, aplastó desde sus planicies junto al Eufrates y el Tigris a los elamitas de las montañas que miran al golfo Pérsico. Las codiciadas tierras hídricas y la franja de suelos fértiles incendiaron aquel escenario guerrero entre el Mediterráneo y el Pérsico, campos y ciudades regidos por la guerra durante cuarenta siglos. Son esas las mismas batallas que la de ahora en Gaza y las libradas entre una decena de países árabes e Israel en el Oriente Medio convulsivo e incendiado: imperios egipcios y romanos, cruzadas cristianas y yihad islámica, campañas en Oriente Medio de Inglaterra y Francia en busca de territorios imperiales… En ninguna otra región del mundo se han librado más guerras.
Gaza es uno de los territorios del mapamundi de mayor beligerancia. Desde hace más de un siglo, los palestinos de esa estrecha franja soportan la prisión y sufren la muerte de todas las guerras libradas contra Israel que ahora alcanzan su aciago final. En la guerra contra Hamás que comenzó hace 485 días han muerto más de 60.000 palestinos, han logrado huir a Egipto más de 100.000 y nueve de cada diez gazatíes se han instalado en tiendas de campaña en la zona meridional de la Franja huyendo de la muerte. La guerra ha transformado una misión de salvamento a una salvajería. Mientras Israel intensifica allí su guerra, los gazatíes se percatan de que no tendrán a dónde huir cuando el ejército israelí lleve a cabo la orden de ocupación de algunos territorios del norte de la Franja que ha recibido ayer. La operación ordenada a las Fuerzas de Defensa de Israel ha comenzado para «crear una amplia zona de seguridad en el norte de Gaza» en Shujaiyeh, una antigua ciudad de 100.000 habitantes, hoy completamente derruida y vacía. Esa estrategia de los tanques del Tzáhal dejará tierra quemada y aniquilará los refugios de Hamás, tras haber derruido más de 170.000 edificios en Gaza, durante los 573 días de guerra.
Mientras tanto, Donald Trump, abandonado su proyecto teatral de convertir la Franja en otra Riviera mediterránea, juega a instalar un Vaticano de la economía mundial en Estados Unidos, donde los aranceles se vuelvan indulgencias aprovechando la trepidación de las bolsas que él mismo provoca para multiplicar su propia hacienda. Así controla su lotería contra la democracia con el vaivén de sus aranceles. Y cuando haya terminado de ejecutar ese misterioso plan regresará quizás a levantar los escombros de Gaza.
Tras la tregua firmada con Hamás por él nunca cumplida, Benjamin Netanyahu echa estos días en Hungría un pulso a los países de la Corte Penal Internacional, que dictó una orden de detención del primer ministro israelí por sospecha de genocidio y responsable del ejercito israelí en Gaza. Recibido con satisfacción por el ultraderechista Viktor Orbán para evitar su arresto, Netanyahu aprovecha su estancia europea para justificar su probable objetivo aún secreto: el ejército israelí ocupará el territorio de Gaza y expulsará la mayor parte de su población por la frontera con la tolerancia de Egipto, como refugio humanitario, y la colaboración de los Hermanos Musulmanes de aquel país. Ante la incapacidad de expulsar a los gazatíes en masa de forma inmediata, Israel parece decidido a obligarlos a entrar en una zona confinada y dejar que el hambre y la desesperación hagan el resto.
En mi tarea de reportero durante más de tres años en Gaza, asistí con asombro y a veces con peligro a la brutal e imparable ascensión de una guerra desigual entre los misiles y tanques israelíes contra los cohetes Kassam; fui testigo con esperanza de la retirada los colonos israelíes de Gaza y con dolor por la extinción de sus kibuts; bajé a los túneles por donde los milicianos de Hamás pasaban su armamento desde Egipto; me asombró la debilidad de la Autoridad Palestina que dejó su poder en manos de los islamistas y se retiró de Gaza; y asistí con dolor a las exequias de los miles de palestinos víctimas de los bombardeos, desde Eretz hasta Rafah, en una guerra desigual y marginada. Gaza no es ya una cárcel sin techo, sino un pueblo en ruinas que está perdiendo la compasión en el mundo.
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