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Un fantasma político recorre Europa. Con ese célebre aviso se anunció hace más de un siglo y medio la llegada del comunismo, una fuerza política que hizo tambalear al Viejo Continente. El temblor de un nuevo populismo con el sello de la ultraderecha más dura ... en una decena de países de la Unión Europea no es hoy tan impetuoso, pero los efectos de esos profundos terremotos políticos quebrantan la estabilidad democrática en el privilegiado territorio europeo que en su mayor parte, desde la caída del muro de Berlín, ha sido gobernado por las ideas y principios de una democracia respetada y protegida.
He aquí en resumen ese esquema de la agitación que sacude en varios países a las democracias europeas, en especial a Francia: los partidos de la izquierda tradicional (comunistas, socialistas y populistas radicales) se asocian con los grupos de nuevos objetivos (ecologistas, pacifistas); los liberales clásicos instalados en su tribuna tradicional flaquean; los partidos conservadores se agrietan en busca de nuevas estrategias para la captación de votantes; y los grupos de la ultraderecha populista más desaforada están avanzando en marcha autoritaria y creciente. Ese es el método para alcanzar su principal objetivo: ganar votos y elecciones a cualquier precio, aliviando si es preciso sus dogmas.
En vísperas de las elecciones en Francia, la disolución del centro gubernamental mantenido por el presidente Enmanuel Macron durante siete años y el choque entre los extremos partidistas corren el riesgo de hacer estallar la conformación de la Asamblea Nacional. La derrota del presidente será el hecho más desestabilizador de los comicios nacionales del 30 de junio y el 7 de julio. El Frente Popular de los partidos de izquierda y la Agrupación Nacional, el partido fundado por el filofascista Jean Marie Le Pen hace medio siglo, se disponen a conquistar la gobernación de Francia en cohabitación con el presidente Macron. Dentro de dos semanas Francia podría tener un gobierno de extrema izquierda o de extrema derecha. Las encuestas de última hora apuntan a la formación de un gobierno bajo el liderazgo Jordan Bardella como Primer Ministro, un joven de 28 años hijo y nieto de emigrantes italianos, sereno, conocedor de las redes sociales y de discurso enigmático nacido en los suburbios de la periferia parisina. «Tengo mis raíces allí», declaró Bardella al diario Le Monde recordando a los traficantes que vendían drogas en el rellano de su apartamento. Su partido, la Agrupación Nacional, se ha convertido en el favorito de los jóvenes, según las encuestas.
El estado de confusión, la compleja y peligrosa coyuntura que ha sitiado a Francia, anuncia consecuencias graves para la Unión Europea. La aplastante derrota del partido de Macron en las elecciones al Parlamento Europeo y su urgente convocatoria electoral del próximo domingo provocan una exclusión de Francia en los procesos de toma de las decisiones comunitarias. El motor París-Berlín está averiado y deja a la Europa continental sin un centro político de gravedad y sin guías. Ese galimatías francés echa de menos una fuerza centralizadora capaz de mantener la fortaleza de la Unión Europea, que debe hacer frente a sus profundas dificultades económicas y a los conflictos bélicos que mantienen sus riesgos en Ucrania y Gaza.
La política de la emoción que practicó hace más de medio siglo con gran habilidad el general De Gaulle ha muerto en Francia. Aquel país de postguerra dividido y humillado se convirtió entonces al europeísmo y dio sus mejores frutos con el orgullo de quien se creyó poderoso e imprescindible en el tablero de la Unión Europea, regido por el orgullo de los héroes de la aldea gala de Astérix. «Los franceses condenan el capitalismo los días laborables y compran sus productos los días festivos», advierte un comentarista del semanario The Economist. El renacimiento de esa «excepción francesa» forma parte de la ambición del presidente Enmanuel Macron para hacer que Francia sea más innovadora y favorable en los negocios de la economía global. Pero ese proyecto liberal y fragmentado, que ha durado ya siete años de su presidencia, está ahora en peligro rodeado por la carga de los extremos políticos que harán muy difícil la formación de gobiernos duraderos.
La extrema derecha no gobierna aún en la Europa comunitaria, pero ya ha ganado la batalla de las ideas. Está muy lejos todavía una Unión Europea gobernada por partidos postfascistas, pero su fuerza reside en ese descontento que está destinado a multiplicarse y persistir en el tiempo.
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