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El barrio de Chajaya en la ciudad de Gaza, que extiende hoy hacia el este los escombros de sus edificios bombardeados cerca ya de la ... frontera con Israel, se presenta por los servicios de información del Ejército judío como uno de los bastiones más temibles de Hamás. Bajo el mercado y la mezquita de ese suburbio paupérrimo, los comandos palestinos guardaban hasta el pasado martes uno de sus cuantiosos arsenales al norte de Gaza. Allí, en ese escenario urbano de violentos combates y devastadores bombardeos, poblado por 100.000 habitantes, los milicianos palestinos llevaron a cabo una emboscada contra los carros de combate israelíes y mataron a una decena de soldados enemigos. Bajo las desgreñadas palmeras de ese avispero en Chajaya, las facciones de Hamas habían perforado una tupida red de túneles bajo la plaza y el parque donde los niños gazetíes jugaban a las canicas con los casquillos de balas que recogían después de los frecuentes tiroteos en aquel campo del terror. Esa imagen discordante de la guerra era la de mayor atracción de mi camarógrafo palestino; Ahmed Nidal coleccionaba allí hace años material bélico en caliente para incendiar el terror y la muerte en el telediario.
Cambiaron los gobiernos, la estrategia y la ambición de los dos bandos en la guerra hace cien años entre judíos y palestinos, una tragedia desbocada por la creciente ambición y odio de ambos contendientes y el alargamiento del conflicto que complica y suma nuevos adversarios exteriores. Allí muere la paz y crece la guerra en ese territorio de un terror mahometano o bíblico, como si la armonía de los pueblos dependiera de algún dios. Y sin embargo, nadie sabe de qué y de quién dependen la vida y la muerte de los que van al campo de batalla con la sola intención de ahogar definitivamente al enemigo. Después de diez semanas de matanzas sin límites y sangrientos combates, las Fuerzas de Defensa de Israel han cercado las ciudades de Gaza y Khan Younis y destruido los arsenales de Hamás hasta conseguir el aniquilamiento de sus militantes. El rumbo de esa guerra inacabada deriva de su objetivo político y estratégico más allá del campo de batalla. La fuerza dominante del Ejército israelí, controlado por Benjamin Netanyahu desde su quebrado sillón presidencial, está desembocando en un vacío político que desprecia cualquier armisticio o acuerdo de paz con el enemigo palestino.
El poder bélico de Hamastán y su versión política de Hamás, gobernante y defensor del pueblo palestino, son el resultado de la diplomacia favorecida por el bloque de países árabes que pagan un alto precio. Hamás ha liquidado así la postración palestina ante Israel y la corrupción oficialista que tenía sumida a la Autoridad Palestina. La resistencia única de esa institución es la que le otorga a ese gobierno su presencia en la ONU y el derecho a su gobernación reconocido por Naciones Unidas, innegociable a los ojos de una juventud creciente asfixiada por la ocupación de su territorio y el bloqueo del gobierno de Israel. Los halcones israelíes se han asegurado hacer imposible un Estado palestino ocupado en Cisjordania por los colonos judíos y la inestimable ayuda de una Autoridad Nacional Palestina corrupta con la complicidad de sus aliados occidentales.
Israel comprenderá algún día que ha perdido la guerra, aunque Netanyahu la gane ahora y se ponga fin cuanto antes a la masacre palestina. El arreglo de esa incertidumbre y los intereses israelíes coinciden con la opinión del presidente norteamericano Joe Biden: el único camino razonable, según él, lleva a desmantelar el tinglado de Hamás y usar los donativos de los países árabes para transferir la gobernación de Gaza a una fuerza internacional y a la Autoridad Palestina, restaurada y lavada de la corrupción con que se rige. La desconfianza mutua y el odio que alienta allí la violencia dificultan el dialogo. ¿Cuál es la alternativa que evite un régimen de apartheid o un genocidio? Primero, tendrán que callar las armas.
Con la mirada de un guerrero héroe y tuerto, Moshe Dayan marcó así esa estrategia: «Nuestros amigos estadounidenses nos ofrecen dinero, armas y consejos. Nosotros cogemos el dinero y las armas, pero declinamos los consejos. Esperemos una nueva guerra con los países árabes para que finalmente podamos deshacernos de nuestros problemas y adquirir nuestro espacio». Palabras del general victorioso en la Guerra de los Seis Días.
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