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Aveces, la historia entrelaza los hechos bélicos en sus escenarios de dramas colectivos, y así se ilumina con exaltación trágica la memoria humana. El día ... 27 de mayo del 2016, el presidente norteamericano Barack Obama visitó el Memorial de las víctimas de la bomba atómica lanzada por la aviación estadounidense setenta y un años antes. Más de 160.000 personas perecieron. «No es este el solo recordatorio de aquel daño extremo de la Segunda Guerra Mundial y de la muerte de tantos inocentes; también es una advertencia de nuestra tarea para reducir un conflicto, crear instituciones de paz y reducir la amenaza de una guerra nuclear en el futuro», dijo Obama aquel día primaveral en Hiroshima.
Allí mismo se han dado cita este fin de semana los líderes del G-7, el club de los países occidentales más ricos y poderosos, dispuestos a enfrentarse al reto del presidente ruso, Vladimir Putin, para vencer su obstinación de conquistar el ansiado territorio de Ucrania, alegando su derecho de reconquistar esa tierra por haber formado ella parte integrante del imperio soviético.
La guerra de Putin en Ucrania es un asunto exclusivo del presidente ruso: nació en su profunda ambición de poder con la simple aprobación de su gabinete político, aprobado con la obediencia ciega de los altos mandos militares y, ciertamente, sin la proclamación ni exigencia alguna del pueblo ruso. No tiene Putin obligación ni razones para frenar esa guerra; Rusia, su embestida contra Ucrania, será frenada solamente cuando él decida detenerse, ya sea porque gane o pierda esa guerra. En su obsesión inicial, el presidente ruso pretendió hacerse en un par de semanas con la victoria de una guerra relámpago, aniquilar la expansión hacia el oeste de la Unión Europea y de la OTAN e instalar en Kiev un gobierno obediente a las consignas de Moscú capaz de expandir su poder hacia el mundo capitalista.
Cuatrocientos cincuenta días después del inicio del conflicto, el ejército ruso dedica hoy casi exclusivamente su potencial bélico a bombardeos, y demuestra su escasa potencia militar destruyendo las infraestructuras civiles del enemigo que deberían formar parte de un botín deseado. En su discurso del Día de la Victoria rusa contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial, Putin justificó la invasión de Ucrania agitando su discurso radical: la «provocación de las élites occidentales globalistas que siembran el odio y la rusofobia». Su fantasía de conquistador solitario está al servicio del disfraz del liderazgo, imprescindible en esa guerra contra un vecino, según él, insignificante.
El escenario político de la crisis ucraniana y su repercusión mundial se ha trasladado este fin de semana a Japón y desde él asoman dos ventanas del mayor riesgo: Rusia y China, los dos gigantes cuya afinidad diplomática se refuerza de día en día. En Hiroshima, el primer objetivo militar víctima de una bomba atómica, se reúnen los líderes del G-7 con la mirada dirigida a la guerra en Ucrania y a esos dos adversarios cercanos que forman la llamada 'perspectiva de Armagedón': la amenaza nuclear lanzada por Putin que vuelve a poner al mundo en vilo ante un hipotético escenario de guerra atómica. Participa también en esa carrera atómica, aunque con el silencio oriental que profesa, el presidente chino Xi Jinping. China se dispone a duplicar su arsenal añadiéndole más de mil cabezas nucleares de nueva generación. Por su parte, Putin ha insinuado siniestramente que está dispuesto a usar armas nucleares para salvar el fracaso en su frustrada invasión de Ucrania. En Hiroshima, ante el cenotafio de las víctimas de la primera bomba atómica lanzada por Estados Unidos sobre Japón, el presidente Joe Biden mantuvo un silencio denso y lejano ante la disculpa histórica que los japoneses han solicitado a los mandatarios estadounidenses. El mundo está viendo cómo se construyen más armas de este tipo y se imponen menos restricciones a su propagación.
Joe Biden calificó de «retórica nuclear irresponsable» la amenaza de Moscú de desplegar sus armas nucleares en Bielorrusia; son peligrosas e inaceptables, porque una guerra nuclear nunca se puede ganar, sostiene el presidente. Los países aliados del G-7, los más poderosos de la OTAN, han dado en Hiroshima un paso esperado desde hace meses: apoyarán un esfuerzo conjunto para capacitar a pilotos ucranianos en el manejo de los aviones de combate F-16.
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