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El segundo mandato presidencial de Donald Trump, tres meses lleva después de instalarse en la Casa Blanca con la pompa de quien se cree emperador ... mundial, es ya una farsa teatral a veces cruel y de seducción chulesca otras, cuando el presidente actor y millonario prefiere disparar antes de apuntar. En la perspectiva de la historia estadounidense, Trump es uno más de los potentados de los que el historiador Hal Bridges, profesor de la Universidad de California, describió el ansia de poder y riqueza deslumbrantes. En la biografía de uno de los grandes empresarios norteamericanos, Charlemagne Tower, el profesor Bridges encontró esa casta similar a la de los líderes empresariales de los Estados Unidos desde la Guerra de Secesión hasta el siglo XX: eran «un conjunto de avaros sinvergüenzas que habitualmente engañaban y robaban a inversores y consumidores, corrompían al gobierno, luchaban despiadadamente entre ellos y llevaban a cabo actividades predatorias comparables a las de los barones ladrones de la Europa medieval». Donald Trump podría haber deslumbrado al historiador Hal Bridges si no hubiera fallecido hace quince años.
Los roles múltiples y voladizos del político Donald Trump alimentan su alto grado de actor: «Estamos recuperando una industria que estaba abandonada», dice él por ejemplo alabando a los mineros del carbón, miembros éstos de una fuerza laboral que se ha reducido en Estados Unidos de 70.000 a 40.000 en la pasada década. «Vamos a poner a los mineros a trabajar de nuevo». Por si fuera poco, Trump añadió este ditirambo a esos valerosos del casco y la vagoneta: «Podríamos darles a esos asalariados un ático en la Quinta Avenida y un trabajo diferente, pero no estarían contentos. Estos mineros gozan cuando extraen carbón; y eso es lo que les encanta hacer». Si no fuera por el mísero razonamiento, la propuesta trumpista llenaría de emoción a una nueva política mundial de la contamínación y la energía.
El cuaderno de bitácora del vanidoso Donald Trump y su equipo de personajes híbridos es muy precario. He aquí su agenda misteriosa y desmembrada: se dispone permitir a Putin, su adversario bélico oficial, aniquilar a su beneficio al debilitado y solitario Zelensky en un interminable aplastamiento de Ucrania; rechaza su capricho verbenero de construir una Riviera en Gaza para dar su visto bueno a la creciente expulsión de los palestinos de Gazapara entregar la anexión de la Franja a Israel. Mantiene Trump desde su caverna de empresario y maestro de la especulación la extrema incertidumbre de los bancos centrales y los organismos monetarios internacionales; y su agenda diplomática reduce las visitas a la Casa Blanca abriendo su puerta sólo a los líderes de países amigos y favorables a sus proyectos, como la primera ministra italiana Meloni que celebró su admiración por Trump con un almuerzo de alcachofas, radiccio y finas notas de violín. – Ella es grande, replicó Trump. («Il Corriere della Sera» dixit). Nada de importante se dijo allí de la Unión Europea y, a lo sospechado, nadie espera en la Casa Blanca a la sigilosa presidenta de la Unión Europea Ursula von der Leyen.
Desde la otra orilla del imperio americano, Xi Jinping trata de cortejar a las víctimas de los amenazantes aranceles de Donald Trump. Como los socios de la UE que buscan con plegarias la línea más directa al presidente, escépticos de que sólo hablen por él sus asesores. A pesar del tamaño de la economía europea, el poder militar de la OTAN y las alianzas de Europa de larga data con Washington, los funcionarios de la Casa Blanca dejan en claro que los tratos con la Unión Europea no son su prioridad. Ese embrollo diplomático crece de día en día.
El magnate Charlemagne Tower, de progenie trumpiana, comenzó su carrera empresarial comprando en demasía, antes de la Guerra de Secesión, los terrenos del oeste que contenían grandes depósitos de antracita. Nombrado coronel y con excelentes apoyos de los políticos de Washington, Tower proporcionó uniformes y armas a sus expensas al ejército de la Unión y amasó una gran fortuna con sus negocios de minas y ferrocarriles. Nunca le fascinó la política, pero mantuvo cerca a quienes la ejercían. Donald Trump forma parte de esa tribu americana de multimillonarios que han hecho grande la riqueza de la nación poniendo la suya por delante desde el poder ilimitado de las instituciones, controladas por ellos a veces en la sombra. Lo dejó dicho Alexis de Tocqueville: en los Estados Unidos, los ricos entran y salen de la carcel cuando les place.
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