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Cuando los cronistas mienten y la historia patina, conviene regresar a la literatura para recobrar la verdad, al menos en metáfora. Hoy es coronado en ... Londres un monarca que ha debido esperar varias décadas para sentarse en el trono del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Carlos III de Windsor, quien ejercerá su reinado lejano en otros catorce países de la Mancomunidad de Naciones que formaban parte del Imperio Británico, a los cuales él promete gobernar «de acuerdo con sus respectivas leyes y costumbres». La tarea del monarca es siempre dura y compleja, según lo señalado en los anales de palacio. El rey Eduardo VIII, que abdicó el trono, describía la realeza como «una ocupación de considerable monotonía» y el Jorge VI, abuelo del monarca hoy reinante, se despertó la mañana de su coronación con «una profunda depresión», según sus médicos.
La monarquía británica recobró su sosiego con el certificado de tranquilidad y la silenciosa senda de la reina Isabel II durante más de medio siglo, a pesar de las calamidades cortesanas que sacudieron a los británicos e inspiraron el sarcasmo literario de muchos escritores. Hace un cuarto de siglo el novelista inglés Julian Barnes predijo en su novela 'Inglaterra., Inglaterra' la evolución desenfrenada de ese país, el más poderoso de la Tierra durante más de un siglo, a causa de la pérdida de valores y potencia colectiva que lo habían aupado desde la II Guerra Mundial bajo el cetro moderado y a veces ausente de Isabel II. La sátira regresó entonces a la narrativa y al teatro inglés, y Julian Barnes describió la construcción de un proyecto monstruoso: en la disputada isla de Wight, mirando a Europa pero fuera de ella, nació la silueta de un nuevo país independiente de Gran Bretaña donde se trasladaron los valores y las instituciones de la vieja Inglaterra para asegurar su continuidad histórica, convertida en un parque temático. El éxito superó los planes ambiciosos de sus promotores: las codicias imperiales, los personajes brillantes y los valores británicos de mayor relieve se afianzaron en el prodigioso reducto de una falsa nación, adecuada al malabarismo de otro negocio a escala mundial.
Cuando el rey Carlos III sea coronado este sábado en la Abadía de Westminster, se someterá a un ritual tan arcaico como el de hace setenta años: el avistamiento del cometa Halley alumbró la coronación de la reina Isabel II. La coronación de su hijo heredero es hoy la solemne ceremonia religiosa en la que participan obispos, Capitanes del Dragón Rojo, heraldos, princesas, Presidentes, Patriarcas de Jerusalén y Reyes de Armas de la Jarretera. En ese antiguo y brillante Juego de Tronos se mueve una lista de actores venidos del mundo entero. La ceremonia involucra a algunos ritos que se remontan a más de un milenio: unción de aceite santo condimentado con canela y jazmín, vegano exigido por el monarca; y, si la historia se repite, un aumento repentino en las ventas de algunos inesperados productos de consumo. Sin embargo, sólo la tercera parte de los súbditos de la pérfida Albión, aquel odiado anglicanismo tan lejano, dice estar interesado hoy en la parafernalia litúrgica de la coronación. La ceremonia tiene ritos que se remontan a más de un milenio. Entre otros oficios reales antiguos, Carlos III exhibirá los títulos de Monarca casi milenario, Jefe de la Commonwealth y Defensor de la fe, aunque no tiene título oficial alguno por ser gestor de las finanzas inmensas de la monarquía.
Con los hilos bien tejidos de su ficción literaria, la novela de Julian Barnes pone en escena la trasformación de Gran Bretaña en un reino llamado Anglia, extraño paraje insular de un territorio donde se pudren los últimos y más orgullos ingleses. La invitación hecha a todos los británicos por el Primado de la Iglesia anglicana para jurar lealtad a su rey, en voz alta y con brillante liturgia, suscitó muchas críticas. ¿Es apropiado pedir a millones de personas en el XXI que se inclinen como súbditos ante un hombre que debe su posición sólo a su nacimiento? Anglia, el país arcaico y de patanes inventado por Barnes, es un territorio pobre a causa de la despoblación masiva provocada por el retorno de los emigrantes hindúes y caribeños a sus países más prósperos. La vieja Gran Bretaña se retiró de la Unión Europea y el mundo entero se olvidó de Inglaterra. La dura realidad alimentó esa novela desventurada y el rey desnudo se quedó sin cetro.
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